Un filme realizado para mayor gloria de la industria, donde evidentemente el énfasis sigue siendo el mismo: el discurso panfletario de los Estados Unidos como garante de la libertad mundial y un derroche de efectos especiales que determinan el peso de lo digital por encima de la novedad. Aunque, claro, veinte años más tarde pocas cosas han cambiado en el escenario de esta megaproducción.

Ya se sabe. Una película como ésta no puede ser analizada más que como un gran carrusel de efectos especiales, que enarbola la bandera de los productores para trazar un mundo futuro caótico, en que nuevamente Estados Unidos se alza como el único país que es capaz de garantizar la libertad y la salvación del mundo.

Todo sucede en el espacio exterior, muy lejos del sistema solar, donde los extraterrestres reciben la señal de auxilio enviada por los supervivientes de la primera invasión a la Tierra (que era el motivo de la primera parte). Para ello envían una segunda flota de batalla, enorme y poderosa, pretendiendo arrasar con la raza humana. Cuentan con un arma impensable que controla la gravedad, capaz de destruir fácilmente las ciudades y se convierte en un escudo contra los ataques que puedan recibir de las naves enemigas.

Sabemos de antemano que un filme como éste es lo que todos quieren: un espectáculo, lleno de efectos digitales, donde nadie puede quejarse de lo que se entrega, porque hasta el más despistado de los espectadores sabe perfectamente de qué se trata una película de estas características.

Secuela de la película “Día de la independencia” de Roland Emmerich de 1996, que de inmediato se convirtió en un éxito de taquilla, con su carga de explosiones, extraterrestres malignos y acción trepidante, aparece nada menos que veinte años después, tratando de reflotar el mismo impacto de entonces.

¿El resultado?

Nada nuevo bajo el sol. Es un mundo futuro que parte del mismo esquema, de cómo la humanidad sufre la amenaza del retorno del enemigo alienígeno que viene con sangre en los ojos: quiere vengarse de la derrota de hace veinte años y su meta es una sola, destruir al mundo, convertirlo en cenizas, borrarlo para siempre del mapa estelar.

Desde luego que pocos buscarán algo distinto de lo que ya todos conocen. Es, desde luego, una representación políticamente correcta de Estados Unidos como salvador absoluto del mundo. Esto deviene en un asegurado éxito de taquilla que se orienta al espectáculo tonto y cursi.

“Día de la independencia 2” recoge algunos tópicos propios del género de aventuras, aprovechando la reaparición de algunos actores claves de la primera entrega, como Bill Pullman y Jeff Goldblum y en ese contexto no puede objetársele nada: entretiene a ese público que quiere más de lo mismo y al que no le interesa nada nuevo.

De este modo, el filme termina siendo una aventura refrescante contra el estilo grave, siniestro y demasiado serio que han tenido muchas películas del mismo género de ciencia ficción de años recientes.

Quizás la mayor objeción sea su guión que enreda demasiado algo que podía ser más simple, porque su trama es enredada y rellena con demasiados personajes, lo que a ratos torna demasiado forzado el ritmo.

De esta manera, esta secuela es precisamente lo esperado por todos –incluyendo las frases para el bronce, esa cantidad de diálogos serios pero risibles y esos héroes de una sola pieza- que tiene un objetivo más allá de exterminar a los extraterrestres que atacan a la Tierra: quiere mantener en alto la bandera de la industria satisfecha que, incapaz de generar ideas nuevas, reflota ideas de hace dos décadas y las viste como la novedad del año.

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