En una sociedad carente de una fuerza política que traduzca los problemas privados en temas públicos, en donde el esfuerzo en pos del bien público ha sido reemplazado por la libertad de perseguir la satisfacción individual, en donde las instituciones existentes (que deberían ayudar a las personas) no pueden ofrecer certezas o seguridades, cabe preguntarse si esas protestas que piden la restauración de la pena capital en realidad tienen algo que ver con los pedófilos y asesinos o más bien son la búsqueda de alguna vía de escape para una angustia largamente acumulada.

A diferencia de los temores y pánicos de la gente (que no pueden ser vistos o percibidos como objetos sólidos) el condenado a muerte puede ser sometido, encadenado, encarcelado, oprimido y destruido. Al ser catalogado como pedófilo o asesino, esta calificación convierte al condenado en el blanco tangible; les confiere una realidad corporal a la mayoría de las amenazas y miedos generalizados, sin embargo, pienso que la violencia legítima y la elección de un enemigo común no son capaces de revertir la verdadera fuente de la angustia: la falta de seguridad, certeza y protección, de hecho, probablemente solo empeore el dolor.

Desde el campo de la sociología, hace casi una década Zygmunt Bauman consideró que: “Solo la comunidad de cómplices puede garantizar (mientras dura) que el crimen no sea llamado crimen y castigado como tal”, refiriéndose a la pena de muerte. Por otro lado, desde la filosofía, Nietzsche estimó (respecto a la ejecución) que “la idea de utilizar a un hombre en esta situación para amedrentar al resto” no castiga en realidad la falta, y agrega (poniendo en jaque a la sociedad occidental) que la falta no la ha cometido realmente el condenado, sino los maestros, los padres y los amigos: nosotros mismos.

En mi opinión, el cuestionamiento debería estar focalizado en, además de la utilidad de estas manifestaciones, si acaso estamos dirigiendo nuestros intereses y nuestras fuerzas hacia la solución (la recuperación de la confianza en las instituciones públicas y democráticas, por ejemplo) o simplemente estamos negando la responsabilidad de hacernos cargo del verdadero problema (el sentimiento de inseguridad, incertidumbre y desprotección). ¿Quién nos asegura que dentro de unos años más la causa común (motivación colectiva) no será cualquier otra?