Si hay un lugar en Antofagasta donde la historia se mezcla con la brisa marina y los atardeceres dorados, es el Muelle Histórico Melbourne Clark. Construido en 1872 por la compañía del mismo nombre, este muelle fue la primera infraestructura portuaria para embarcar el salitre que marcó el origen y auge de la ciudad. Desde su inauguración en 1880, se transformó no solo en eje económico, sino también en punto de encuentro, llegada de pasajeros y símbolo de la vida urbana que comenzaba a formarse.


Por sus tablones caminaron comerciantes, marineros, y hasta tropas chilenas en la mañana del 14 de febrero de 1879, durante el desembarco que dio inicio a la Guerra del Pacífico. De día, era ajetreo portuario. De noche, era lugar de historias, despedidas, y sueños traídos por el mar. El muelle también fue testigo del tránsito de culturas extranjeras, que dejaron su huella en la arquitectura, las costumbres y la identidad de Antofagasta.
A lo largo del tiempo, resistió marejadas, incendios, e incluso el abandono. Fue clausurado en 2000 y reabierto como paseo urbano en 2015, gracias a un proyecto de restauración que respetó su estructura original y añadió elementos como pasarelas con vidrios para ver la base antigua, bancas, barandas y un sistema de iluminación patrimonial.


Hoy, este ícono de madera y acero vuelve a abrir sus puertas a la comunidad, luego de casi un mes cerrado por la quiebra de la empresa que prestaba servicios de aseo. Desde esta semana, con una nueva firma encargada, el Muelle Histórico está nuevamente habilitado con horarios definidos, y a partir del 2 de julio recibirá parte de la Bienal SACO, ofreciendo arte gratuito frente al mar.


Ir al muelle no es solo un paseo: es reencontrarse con el origen de nuestra ciudad, caminar sobre la historia, y contemplar el horizonte desde el mismo lugar donde partieron tantos sueños.