Académica, investigadora y estudiante de doctorado. Pero, sobre todo, una mujer que cree en la educación como un espacio profundamente político y colectivo. Catalina Marín ha dedicado su vida profesional a formar docentes con conciencia crítica, compromiso social y conexión con el territorio. Desde Antofagasta, su historia refleja el valor de enseñar en contexto, de investigar con sentido y de tender puentes reales entre la universidad y las comunidades.
Una infancia entre tortas, mar y memorias
Calle Copiapó no solo fue su primer hogar, también el lugar donde Catalina Marín vivió algunos de sus recuerdos más luminosos. En la casa de su bisabuela, que luego se transformó en una pastelería familiar, comenzó a mirar el mundo.
“Crecí en calle Copiapó en la casa de mi bisabuela, la que después se transformó en un negocio familiar de tortas y pasteles. Recuerdo muchos paseos con mis hermanos y papás a la playa, a los parques, los famosos patitos de la Avenida Brasil”, recuerda.
Cursó sus estudios básicos y medios en Antofagasta y luego ingresó a la Universidad Católica del Norte para estudiar Pedagogía en Inglés. Al titularse, se trasladó a Santiago para continuar su formación, pero el regreso era inevitable: “Una vez finalizado, regresé a mi ciudad y desde ahí, no me he movido”.
Una trayectoria que cruza aulas y territorios
Hoy, Catalina es académica del Departamento de Educación de la Universidad de Antofagasta, Secretaria de Investigación y Asistencia Técnica de la Facultad de Educación y estudiante de doctorado en Educación. Pero su camino profesional comenzó mucho antes, en terrenos diversos y desafiantes.
“He trabajado en sectores públicos, privados y rurales en zonas extremas, como en la escuela de Ollagüe, en la frontera con Bolivia… También recuerdo con mucho cariño a la Escuelita Rural Mundo Infantil Ruta Sur en Paine, Santiago, donde me enamoré de la docencia conectada a la naturaleza”, relata.
En su ingreso a la universidad, tuvo un rol clave el Observatorio de Educación e Innovación. Allí comenzó como asistente de investigación y encontró más que un espacio académico: “Aprendí muchas cosas sobre investigaciones, el panorama educativo a nivel regional (…) y el grupo humano que conformaba este equipo es, hasta el día de hoy, un grupo de amigos y amigas que tengo la suerte de conservar en mi vida”.
Enseñar desde el vínculo y el pensamiento crítico
Para Catalina, la docencia va más allá de transmitir contenidos: es acompañar procesos. Esa convicción se nota en cada clase y proyecto que lidera.
“Me esmero mucho en la preparación de mis clases, promuevo mucho el debate y la conversación, trato de iniciar con preguntas que les hagan sentido a mis estudiantes… intento democratizar los contenidos, las evaluaciones y las formas en que vamos a desarrollar la asignatura para que ellos y ellas tengan voz en su proceso de aprendizaje”, explica.
La formación crítica y situada ha sido un eje central de su trabajo. Ver cómo sus estudiantes se vinculan con el territorio y desarrollan pensamiento crítico es una de sus mayores satisfacciones: “Me enorgullece ver cómo hemos ido formando estudiantes comprometidos con su entorno, conscientes y críticos de la sociedad y del mundo educativo”.
Instancias pedagógicas que marcan
Al hablar de experiencias pedagógicas significativas, Catalina no duda en mencionar aquellas que la sacaron de la sala de clases tradicional. Una de ellas fue acompañar a estudiantes en su práctica profesional al interior de una cárcel de hombres.
“Ese espacio, tan cargado de tensiones y estigmas, nos permitió comprender la educación como un acto de humanidad y resistencia”, afirma.
También destaca los proyectos de Aprendizaje-Servicio realizados en campamentos de Antofagasta, residencias del Servicio de Protección Especializada a la Niñez y Adolescencia y la educación nocturna para personas adultas. En todos estos espacios, la docencia se convierte en algo profundo y transformador.
“La enseñanza del inglés se convirtió en un puente para la contención emocional, la creatividad y la expresión de niñas, niños y adolescentes que han vivido experiencias difíciles. Esta experiencia pedagógica fue muy bonita porque, finalmente, publicamos un libro de microcuentos en inglés sobre los sueños y anhelos de los niños y niñas del Servicio”.
Sobre su experiencia en EPJA, destaca: “La EPJA es un espacio que exige pedagogía crítica, flexibilidad, empatía y una comprensión profunda de las desigualdades sociales que atraviesan las vidas de quienes estudian de noche después de jornadas extenuantes de trabajo y cuidado”.
Más recientemente, impulsó un club de lectura con enfoque de género junto a una colega y dos estudiantes, dirigido a mujeres y disidencias en un liceo público. “Ese espacio permitió que aparecieran conversaciones necesarias sobre cuerpo, identidad, violencia, deseo y poder… surgieron corpografías y relatos potentes, honestos y profundamente conmovedores”.
Investigar desde la educación situada
Además de enseñar, Catalina investiga. Su foco está en visibilizar desigualdades, brechas en la formación docente y realidades invisibilizadas en las políticas educativas.
“Mi propósito no es solo describir esas realidades, sino abrir preguntas, generar evidencia y promover conversaciones que permitan pensar políticas más situadas”, plantea. Su trabajo dialoga con escuelas, comunidades y territorios, buscando incidir en una educación más consciente de sus contextos.
La ciudad que habita y proyecta
Vivir en Antofagasta es, para ella, una elección llena de sentido. Disfruta del contraste entre cerro y mar, del movimiento urbano, de su luz y también de sus desafíos.
“Disfruto su energía, su cielo despejado, el contraste cerro y mar y la mezcla de culturas que conviven en la ciudad”, dice. Su lugar favorito: la costanera en verano, al atardecer, donde se mezcla el bullicio de las familias con el sonido del mar.
También es crítica: “Creo que necesitamos espacios seguros y significativos donde niños, jóvenes y adultos puedan explorar sus intereses, desarrollar talentos, dialogar sobre sus realidades y construir comunidad”.
Vivir y enseñar con sentido
El equilibrio entre trabajo y vida personal ha sido un desafío constante. Lo ha enfrentado estableciendo límites, priorizando y cultivando espacios de cuidado con su pareja, familia y amistades.
“He aprendido que el equilibrio no se logra dividiendo el tiempo de manera perfecta, sino reconociendo límites y priorizando lo que realmente importa”, reflexiona.
Además del ejercicio y la lectura —“Siempre un cafecito o ir a comer rico con amigos y amigas renueva las energías”—, encuentra en sus valores una brújula para su vida profesional: la empatía, la amabilidad, la justicia social.
Lo que viene
A futuro, Catalina se proyecta escribiendo, investigando e impulsando redes académicas con sentido ético y humano. Y aunque sueña con colaborar en proyectos latinoamericanos más amplios, sabe que no dejará el aula.
“Acompañar procesos es uno de los sentidos más profundos de mi trabajo, y me gustaría seguir tejiendo esos procesos”, dice.
Un mensaje para quienes vienen
El mensaje que deja para las nuevas generaciones de docentes es tan claro como necesario:
“Les diría que se permitan pensar con libertad, incluso cuando el entorno espere conformidad. Que cuestionen lo establecido, que pregunten sin miedo, que cultiven el espíritu crítico y, al mismo tiempo, la sensibilidad para mirar el mundo desde la empatía y la amabilidad… No están solas ni solos: hay generaciones que han abierto caminos, y ustedes abrirán otros nuevos”.
Muy buen reportaje…………