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Martes 10 de Diciembre del 2024 17:09

El Cementerio de los Apestados: Testigo silencioso de la tragedia pampina

En el desierto de la región de Antofagasta, el Cementerio de los Apestados es un silencioso testimonio de las tragedias sanitarias del siglo pasado. Entre cruces sin nombre y tumbas olvidadas, descansa la memoria de los niños pampinos que fallecieron en tiempos de epidemias.

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En la solitaria pampa de Sierra Gorda, al costado de la Ruta G-25, yace el Cementerio de los Apestados, también conocido como el Cementerio de los Niños. Este lugar, de unos 6.000 metros cuadrados, fue creado a principios del siglo XX para inhumar a quienes sucumbieron a epidemias devastadoras, como la peste bubónica y la fiebre amarilla, que asolaron la región entre 1903 y 1920. Entre las sepulturas, destacan las cruces. de madera, muchos sin nombre ni fecha, que marcan los restos de cientos de niños de las oficinas salitreras.

El cementerio simboliza las adversidades de una época en la que la precariedad laboral y las deficientes condiciones sanitarias expusieron a las familias a pandemias implacables. Con la llegada de barcos infectados, las enfermedades se propagaron rápidamente, y las autoridades decidieron ubicar este camposanto en aislamiento para evitar riesgos de contagio en los poblados cercanos. Las pocas cruces que aún exhiben nombres y fechas permiten vislumbrar la corta vida de muchas de las víctimas, como Rebeca, Juana y Blanca, quienes no superaron los cinco años.

A lo largo de las décadas, el Cementerio de los Apestados ha sido víctima del saqueo y el abandono. Fragmentos de tumbas han sido profanados, y los restos humanos expuestos al desierto, dejando este sitio histórico aún más desolado. No obstante, permanece como un recordatorio silencioso de una tragedia sanitaria y social que marcó a la región de Antofagasta.

Hoy, el Cementerio de los Apestados sigue siendo visible desde la carretera, un testigo de la tragedia que vivieron aquellos trabajadores pampinos y sus familias, para quienes la historia les reservó un final que permanece en la memoria colectiva, arraigado en las cruces sin nombre que desafiaban el tiempo en la inmensidad de la pampa chilena.

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