El triunfo de Bolsonaro ha generado una serie de cuestionamientos y críticas respecto del devenir de nuestro continente. Realmente que una persona que ha dicho que “el error de la dictadura fue torturar y no matar” o que  al referirse a una diputada de izquierda haya dicho que “no merecería ser violada, porque es muy mala, muy fea” o que al hablar de la homosexualidad señalara que preferiría que sus hijos “muriesen en un accidente a que sean homosexuales”; es una persona que preocupa y que genera grandes cuestionamientos en caso de alcanzar la máxima investidura en Brasil.

Pero lo que debe preocuparnos es porque la ciudadanía está confiando en este tipo de candidatos. ¿Qué ha ocurrido para que las personas consideren que personas que claramente son una amenaza a otros sean consideradas como referentes?

La BBC hace poco publicó un reportaje en que se respondía a esta pregunta. El título de dicha publicación lo decía todo: “Prefiero un presidente homofóbico o racista a uno que sea ladrón“.

Hace poco celebrábamos los 30 años de la gesta del NO. Muchos recordábamos con añoranza y no poco orgullo la gran responsabilidad y hazaña que entre muchos construimos para terminar con la dictadura. Ejercer el voto. Recuperar la democracia. Acabar con la tiranía. Nunca tuvo más importancia y sentido el acto de votar.

Sin embargo la alegría no llegó como se esperaba o más bien llegó solo a algunos. Con el paso de los años fuimos viendo como la hazaña de muchos fue apropiada por unos pocos. Parte de eso se vio cuando empezaron a organizar la celebración de los 30 años y algunos pensaban que tenían la autoridad o el poder de decidir a quién invitar y a quien no. El problema es que por años fuimos viendo como unos pocos se beneficiaron de la democracia, de la gesta de muchos y en vez de propiciar una sociedad más justa y equitativa, se pusieron de parte del opresor para convertirse en otra casta de privilegiados.

Bolsonaro y muchos otros de los caudillos fanáticos son producto de esa izquierda que perdió el rumbo y que empezó a coquetear con el neoliberalismo para tener más beneficios, la misma izquierda que se distanció de la ciudadanía para no perder su cuota de poder, la misma izquierda que cayó en corrupción y que es incapaz de despegarse de la corrupción para recuperar el rol que el compete en la defensa del pueblo y de la construcción de un país mejor.

La izquierda se traicionó a sí misma y ante la derrota electoral queda pasmada, inmóvil, sin saber cómo reaccionar. Pero en vez de recuperar las confianzas sigue actuando como si los ciudadanos no les conociesen. Insisten en levantar las mismas figuras políticas que han sido cuestionadas por años o que claramente ante los ojos ciudadanos han profitado de lo público en favor de su propio interés.

La izquierda debe entender que ahora los ciudadanos son más informados, más críticos y que no confían con la misma ingenuidad de antes. O cambia el rumbo y deja de lado sus prácticas arrogantes, creyendo que da lo mismo haber tenido o no boletas falsas o haber sido parte de la corrupción, para restablecer las confianzas con un nuevo trato de mayor compromiso con la ciudadanía o simplemente sigue pasmada en su tozudez y sigue mirando desde la distancia como emergen estos caudillos intolerantes que con su actuar han logrado posicionar sin mayor impedimento.