Tercera aparición de Tom Hanks como Robert Langdon luego de que protagonizara ‘El código Da Vinci’ y ‘Ángeles y demonios’, otra vez a partir de la adaptación del best-seller homónimo de Dan Brown.
Este filme es el producto perfecto para sacar dos conclusiones: primero, el tema de las conspiraciones sigue siendo una veta perfecta para atraer espectadores y, segundo, aquí se dan todos los tópicos que el autor Dan Brown ha venido repitiendo a lo largo de su breve pero millonaria carrera como escritor de éxitos. Se estruja hasta el infinito esas intrigas retorcidas que, como siempre sucede en su esquema, tienen como base una ciudad, un lugar específico y un dato anecdótico que podría significar el fin de la Humanidad.
Nuevamente con dirección del ecléctico director Ron Howard, el filme emplea el ritmo vertiginoso del thriller y juega con los giros argumentales que, en verdad, no son nada sorprendentes, sacando lustre a los escenarios, a los actores secundarios y a la idea de que todos tienen algo que ocultar en un mundo dominado por la tecnología y los misterios en torno a la ciencia.
Si se analiza con rigor ‘Inferno’ no ofrece nada nuevo en el esquema de las películas anteriores que realizó Howard sobre este personaje, reproduce la forma rígida de la trama y carece de mayor vuelo, aunque entretiene porque es el producto típico que muestra ciudades, paisajes y personajes cada cual más extravagante en un cóctel hecho solo para el deleite pasajero.
Ambientada en Florencia, Venecia y en Estambul, el director sucumbe a la hermosura de las ciudades –vistas por supuesto con la óptica del turista- y elabora un juego del gato y el ratón habitual que se disfruta mientras dura, pero que no alcanza a sorprender y por ello, más que suspenso en estado puro, hay más turismo que cine.
Los actores están bien, pero desaprovechados en su real posibilidad, sobre todo Tom Hanks quien, después de una larga y exitosa carrera, con dos premios Óscar de la Academia, parece actuar en control remoto un personaje que de verdad no le viene demasiado. No sucede lo mismo con su compañera de reparto, Felicity Jones, quien sale airosa de la prueba de estar presente en un filme pensado en la taquilla. Ella sabe mantener en todo instante el tono preciso que su papel requería y va creciendo en la medida que avanza el metraje.
Donde ‘Inferno’ alcanza potencia es en su ritmo trepidante, ideal para los espectadores que entienden el cine como una montaña rusa de efectos y de espectacularidad. Aquí nadie puede objetar que Ron Howard sabe jugar de manera impecable con las cámaras para ir generando una tensión producto del montaje efectista: la media hora final, por ejemplo, está bien planteada y hace que todos se involucren de modo activo en el tema, independiente de los lugares comunes y la falta de rigurosidad a nivel argumental.
Si al escritor Dan Brown le apasiona mezclar intrigas internacionales con notas esotéricas (en este sentido ‘El Código Da Vinci’ sigue siendo la mejor demostración), se evidencia que ha estirado la cuerda hasta límites insospechados en este caso y la adaptación al cine, por fiel que resulte, adolece precisamente de aquello que tiene la novela: una visión exagerada, retorcida y fantasiosa del mundo de las conspiraciones en donde el protagonista se ve inmerso sin entender muy bien cómo o por qué está ahí.
‘Inferno’ es un buen pasatiempo, es una película entretenida, hecha para agradar y conquistar a ese público que se fascina con las intrigas de alto vuelo internacional y las redes de conspiración que tanto apasionan en estos tiempos que vivimos.