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Jueves 28 de Marzo del 2024 22:05

Los sorbos grises de esa infante luna

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Juan Pablo Rudolffi Ugarte
Juan Pablo Rudolffi Ugarte
Nacido el 20 de Diciembre de 1990 en el campamento minero de Chuquicamata, de entre un menjunje de padres y madres. Nieto de salitreros, pobres italianos, peruanos y alcohólicos, torturados políticos y profesores normalistas chilenos. Su primera publicación, en el netlabel www.cumshorecords.cl, ocurre siendo aún estudiante secundario (2008). Algunas de sus obras más destacadas son: "Recolección inhumana", "Pupilas tristes", "ausencia y otros relatos etílicos" y "Tierno resplandor" (2011). En el año 2009 inicia sus estudios de Licenciatura en Artes Visuales, en la Universidad Arcis, que sirvieron para la inspiración de la novela “Tierno Resplandor”. Actualmente escribe la Crónica Literaria del Domingo en el Diario de Antofagasta.

Los rumores del cierre del campamento llevaban años flotando por las esquinas, años de voz en voz, de viejas en cuadras aledañas a viejas de cuadras lejanas, de caras negras con el polvo del cobre a caras blancas con la tierra de las tortas del proceso, de la planta de fundición a la concentradora, el chancado etc. desde las casitas de los hundidos reformados a las de la Villa Los Bosques. Pero aun así, cuando jugaba con mis hermanos en “el baño de los suicidas” (llamado así por que muchos años antes, incluso antes de que yo naciera y mi padres se fueran a vivir a Chuquicamata, un par de tipos juntaron sus espaldas a las frías cerámicas y permitieron el bloqueo del aire con una cuerda cualquiera, que los dejase colgados, sin almas, con las lenguas afuera, motivo por el cual nadie aceptaba mudarse a aquella casa), sentíamos todos esos murmullos como lejanos, y les golpeamos con la importancia mínima que cualquiera podría tener.

Pero llego el día del cierre inevitablemente, era necesario llenar de tierra las calles y acortar el gasto de aquella minera de cobre.

 

Cuando llego el día de marcharse yo estaba cursando el octavo grado de la educación básica, nos toco mudarnos a fin de año, justo el fin de semana en el que yo estaría en el paseo de curso, a las ocho de la noche de un viernes mis padres me llevaron a una esquina con un pequeño bolso, esperamos a que llegara el autobús con todos los chicos  que venían de Calama dichosos de viajar y olvidar las despedidas, el bus paró, subieron mi bolso, mis padres me besaron, entre  hacia aquellas butacas, ya con la nocturnidad que pesaba, con las luces rojizas que alumbraban el campamento, (con el frío parental que parte el alma, la reacotación sublime de melancolías que quedaron pendientes, entre las ruinas de muchos años antes, tal vez de alucinaciones oculares, provocadas por el ácido, por el vapor tenebroso, por las mascotas congeladas en ese infante y mal parido patio, donde tristemente sorprendía un pequeño letrero, a punto de desgranarse, que con mala caligrafía y ortografía dejaba resonando, ese mensaje, esa indicación, que provocaba la burla de los que pasaban, todos reían al ver escrito “EL GARDYN DEL PATO”.  El autobús partió y pude ver como  se volvía líquido con el movimiento  el campamento, los postes pasaron como cinta de cine acelerada, hasta que la oscuridad acabó con todo, nunca mas volvería a aquel lugar, nunca mas volvería a existir el campamento minero de Chuquicamata, que arrebató infancias y que colocó como bloques las cosas en cada lugar para que mal sucedieran.

(2)

Cuando volvía del paseo, la tarde del domingo, pretendí no voltear la cabeza cuando el bus pasaba por el campamento, esta vez no me bajaría en el mismo lugar donde subí, si no en Calama, la ciudad de la vuelta, la de la esquina, la del otro extremo, mis padres me fueron a buscar y por fin conocí la nueva casa, tenia un frío raro, cuartos cuadrados que armaban una especie de máquina futurista, la casa no estaba mal, lo que me llamaba la atención y me hacia un poco de conflicto era lo pálido que parecía ser todo.

Una tarde salí con mis hermanos a recorrer la villa nueva, la calle de esa alejada aldea en Calama donde ahora vivíamos, creada para las familias de los mineros que tuvieron que emigrar de Chuquicamata. Muy pocas casas estaban habitadas hasta ese entonces, fuimos una de las primeras familias en ser ordenadas a marchar. En la calle corrían  algunos chicos, con mis hermanos nos interesamos, específicamente por las niñitas, donde existiera la posibilidad del enamoramiento y demostrar que ya no éramos unas mierdas chicas estarí.  Caminando fuimos uniéndonos y participando con ese grupo de mas o menos diez muchachos.

–          Hola, ¿qué hacen? – pregunté a uno de ellos.

–          Estamos en guerra con los tipos del otro sector –respondió mientras empuñaba un palo de escoba.

–          Si?

–          Si poh, ¿quieren unirse? – respondió mientras nos miraba fijamente.

–          Vale

Comenzamos a caminar con todos los muchachos, vendría la emboscada, iríamos hasta la manzana del sector norte y nos enfrentaríamos, todos estaban muy furiosos, se lo tomaban muy seriamente, al parecer hace algunas horas había sido mi cuadra la bombardeada -“tomen piedras!!”- nos gritaba uno de los muchachos. Nosotros tomamos algunas y continuamos caminando, cuando llegamos a la cuadra enemiga un grupo mas o menos igual al nuestro jugaba en el centro, en unos juegos de madera que habían instalado los de la empresa minera para que las viejas dejasen de llorar y extrañar el campamento. En ese momento empezaron los gritos y la corredera en dirección hacia el resto de muchachos, empezaron a volar las piedras y a caer sobre cualquier cosa viva, ni los perros se salvaron, lo sé por que ladraban como si pasara una tropa de fantasmas indios (mito que se contaba en la villa desde que descubrieron momias en los patios de las casas, cosa que no importo para nada ya que continuaron las construcciones), pude ver un par de piedras rebotando en las cabezas, que armaron cráteres profundos por donde saltaba la sangre, muchos de los chicos empezaron a llorar, la guerra parecía cada vez mas pareja, yo me cubría como podía y lanzaba a medida que me cuidaba, pasaban ya mas de quince minutos cuando de una casa sale una vieja gorda con el pelo teñido rubio, traía consigo una escopeta de postones y nos apuntó, todos nos detuvimos mientras la vieja gritaba “lárguense pendejos de mierda o les disparo”, nos miramos entre todos y empezamos a correr, cuando llegamos a nuestra cuadra mis hermanos y yo nos apuntábamos a entrar a la casa y evitar que nuestros padres se enteren, no queríamos ser castigados, cuando estábamos en eso un muchacho que vivía en la casa frente a la mía nos grita, “oye, no se entren, estaremos un rato mas jugando”, lo miramos y notamos ese desinterés, eso significaba que ya estaban acostumbrados a esa clase de sucesos, no llegaría nadie para atormentarnos, nos devolvimos corriendo y nos acercamos a él

–          ¿Cómo se llaman? – pregunto el muchacho-.

–          Yo soy Marco, el es Claudio y el es Pavel. – respondió mi hermano-.

–          ¿Y tú, cómo te llamas? – pregunté-.

–          Yo soy Luna.

–          Jajajajaja – una carcajada salió de Claudio, el menor de mis hermanos.

–          ¿Y por qué te dicen Luna? – preguntó Marco.

–          Luna por lunático -respondió el muchacho.

–          Jajajajaja

 

Pasó el tiempo y continuamos las andanzas, salíamos todas las noche a una que otra guerrilla infante, muchas veces perdíamos, y nos tocaba volver cabizbajos a las bancas de nuestras cuadras, hasta que empezábamos a mentirnos y auto convencernos de un triunfo que no existió,  fumábamos cigarrillo escondidos en una casa club hecha con cartones, no nos descubrían, nos fuimos alejando también del resto de chicos, un día llega un muchacho vestido de negro con una corbata roja, se presenta, se trataba de Carlos Morgan, el muchacho viva en la cuadra enemiga, pero no importó, empezó a ser parte de nuestro grupo, mis hermanos se alejaron y al final solo quedamos Carlos Morgan, el Luna y yo.

(3)

Nuestro mayor anhelo era beber y probar la marihuana, sumergirnos en ese mundo de las películas, del mismo que se contaba en las canciones de las bandas que escuchábamos, queríamos la nebulosa eterna, ser lo más parecido posible a un yonki, anhelábamos tener muchas novias y divertirnos. El Luna era el más afortunado con las mujeres, nosotros lo acompañábamos y veíamos como las besaba, lo esperábamos eternamente afuera de casas de patios grandes, donde luego nos contaba como pasaba una frutilla de su boca a la de una chica, en otra ocasión nos tiraban pilas desde un segundo piso por que mi amigo había intentado cogerle una teta, cosa que significaba su expulsión y la de nosotros que solo esperábamos, y cuando en la esquina nos encontrábamos con algún muchacho del bando enemigo teníamos que recordar que aún había guerra y darle con lo que sea, hasta verlo llorar en el piso, algunas veces inventé que conseguía chicas para poder así, ser admirado por el grupo. Todos dijimos ya haber dejado la pureza, todos con historias que difícilmente fueron ciertas, acordando para la próxima no lavarnos las manos y así tener el olor a vagina, prueba concreta de nuestra madurez, jamás sucedió, ninguno pudo demostrarlo. A menudo visitábamos uno de los parques del centro de la ciudad, mezcla entre cancha de skate y feria del tráfico, El Parque de los Lolos, y mirábamos a los tipos mayores patinar y fumarse algunos pitos. Una vez nos encontramos con mi tío, en medio de una tocata, estaba entre las bancas con muchachos de su edad, era la oportunidad perfecta para mi clan para probar algo nuevo. Mi tío, llamado Andrés, encendía un porro y nos invitó a fumar, nosotros nos miramos con una mezcla de incertidumbre y odio, todo lo nuestro era hasta ese entonces palabras poco reales, demostrábamos ya con hechos ser perdedores. Nadie acepto, esa tarde volvimos en silencio a nuestras casas, tomamos la micro mas larga y bajando nuestros ojitos de niños tristes avanzamos frustrados por nuestros propios temores.

A medida que fui creciendo empecé a alejarme de los muchachos, al límite de ya no verlos, ellos por su parte lograron todos los propósitos del grupo, tuvieron chicas, vivieron aventuras, continuaron sus peleas por la avenida, probaron la marihuana y otras cosas más. Se les podía considerar ebrios, yo por mi lado también lo hice, pero había algo que nos separaba, algo que armaba una distancia, una discreta distancia, no volvimos a ser el mismo grupo por mucho tiempo.

Cuando terminé el cuarto medio me fui a estudiar artes visuales a Santiago, dejé a los chicos en la villa y me hice de una vida no muy distinta a la que ellos llevaban, continuaban las cervezas en abundancia, las pastillas, calle por sobre todo, con todo lo que ella implica, la neblina áspera de la nicotina enfebreciendo de la forma mas fuerte que jamás creí existiría, ebrias reflexiones inservibles al alero del santo pisco , cerros de papelinas de distintas sustancias atormentando la calavera, la dulce “clona” calmante de los corazones mas desesperados, y la eufórica blanca que jamás renuncia al regazo que le han deparado. Pasaron los meses y pude entender que ya años me separaban de los muchachos, yo siempre los recordaba, ¿Cómo olvidar los locos años de púber?, algunas veces cuando volvía a visitar a mi familia, podía ver a el Luna volviendo ebrio a las tres de la tarde a su casa, ¡ebrio!, caminaba tambaleándose, con la cara de la angustia de esa depresión prematura que lo incineraba, por esa vida ronca que quisimos tener, yo lo miraba desde la ventana y luego volvía a dormir.

Así pasó por muchos años.

(4)

 

El día en que los encontré fue en un bar, el Luna me miró a lo lejos y sonrío, las luces clamaban perdidas, recorridos furiosos de otros tiempos, continuó bebiendo mientras me miraba, yo también sonreía y bebía, el ruido era enorme, sabía que estaba pensando, sabía que en cualquier momento vendrían los vasos y los ventanales al suelo, sabia que ni dios se salvaría de la tormenta, el tipo se tira el vaso de un sorbo y vuelve a mirarme yo hice lo mismo, volví a llenar mi vaso con el último concho que quedaba y dejé que esta vez bajara con la velocidad de un auto de  fórmula uno en plena carrera. Vaya cuanto tiempo, quizás de cuantas me he salvado, estaba oscuro pero ciertas luces se crispaban, nos pusimos de pie y nos acercamos, nos dimos un abrazo y me dijo:

–          Pavel, donde te habías metido mierda.

–          Yo he estado en todos lados sabes – dije brindándole una sonrisa.

–          Eres invisible hijo de puta!! –comento mientras golpeaba mi hombro.

–          Eres un borracho

–          Jajaja así es

–          Lo has logrado

–          Creo que tu también

 

Esos sueños mongolos, se apoderaban y tal como la primera vez ese horroroso deseo de la perversión empezó a chocar con las neuronas, era necesario beberse toda la ciudad, recorrer los ceniceros como sabueso en busca de algún muerto, fumar todas las chortas, meter todo cuanto cupiera en las narices, por que era un festejo, una celebración, por fin podríamos celebrar ese enorme logro, eso por lo que tanto esperamos,  el Luna saca una papelina de pasta base, la arma en un cigarro y la fumamos en aquel bar, fuimos de mesa en mesa robando vasos y bebiendo, el Luna sonreía con los ojos desorientados, yo sentía algo de miedo, y era lógico, tenia que enfrentarme y vivir por esa noche aquel sueño del veneno.

–          ¿Sabes algo de Carlos? –pregunté.

–           Carlos no tarda en llegar, fue en busca de algo bueno.

–          ¿Si? ¿De qué se trata?.

–          Ya lo verás, tranquilo.

 

Después de un par de cortos minuto entra Carlos, me ve y sonríe, nos abrazamos, saca de su bolsillo unas pastillas

–          ¿Qué es? – pregunté.

–          Las” clonitas” – responde Carlos.

–          Vamos muchachos, por los viejos tiempos!! – comenta el Luna mientras agarra la suya.

 

Las tragamos sin pensarlo y empezamos a reblandecernos nuevamente, el bar estaba repleto y nosotros ya lo suficientemente locos, todo parecía venirnos bien, pero la movida no podía terminar tan repentinamente. Sin previo aviso el Luna entra a la barra, saca una botella de ron y corre, los encargados del bar lo notaron, Carlos me grita – “ya Pavel, es la hora, por los viejos tiempos, ¡corre Pavel!”-, corrimos y pudimos capear la seguridad, nos persiguieron algunas cuadras gritándonos furiosos: “¡la ciudad es chica, los agarraremos hijos de puta!”, pero no pudieron alcanzarnos, caminamos por la pampa, bebiendo de la botella, caminamos varios minutos, la noche era espléndida, todo el miedo terminaba, casa que veíamos significaba una ola de piedras, rompimos todos los vidrios que pudimos, se nos ocurrió maldecir a todos los trabajadores que se levantaban a esperar el bus de las 4 AM y corríamos tanto, ¡tanto!. Multiplicados ecos de carcajadas y aquella botella que no terminaba nunca de humedecer significaron la aventura, cuando llegamos a la villa pasamos por la cuadra enemiga, los muchachos balbuceaban estupideces: “¡la guerra continúa maricas!”, en una de las casas había un auto detenido, con el motor aún corriendo, una señora abría el portón, dentro del auto una pequeña niñita dormía, una pequeña niñita dulce como la luna, con su carita apagada, no debe haber tenido mas de cuatro años, seguramente volvían del hospital, o algún lugar parecido, o puede haber sido que la mujer salía, tal vez mantuvo algún combate con su esposo, quien sabe, pero de otro lugar no pudo haber venido ni ir,  por que ni la señora, ni la niñita vestían con algún atuendo diferente al que pareciera pijama, el Luna me mira y dice:

–          Esa es la gorda que nos amenazo con disparar cuando éramos niños

–          Jajaja esa gorda de mierda – dije.

–          Que se la cachen a esa puta – dijo Carlos Morgan.

–          No sé si alguien podría ser tan valiente- dije

–          Yo lo haré – dijo Luna

–          Jajajaj seguro que lo harías, tú, no discriminas- le dijo Carlos Morgan, manteniendo la sonrisa-.

 

Nos detuvimos un momento y el Luna se acercar al auto, yo no entendía que hacía, imaginé que podía haber ido a fastidiar a la vieja, la mujer parecía buscar algo dentro de la casa, seguramente no encontraba la llave del portón, el Luna parecía tener un plan, cautelosamente  abrió la puerta del auto y saco a la pequeña niña, le cierra la boca con su  dedos ahumados  y empieza a correr, con la niñita en sus brazos, Carlos Morgan también corre, yo los seguí, pero esta vez verdaderamente atemorizado, corrimos un par de cuadras

–          Que weá hacen?- les grité nervioso.

–          Tranquilo weón, sólo le daremos un susto a esa gorda – dijo Carlos Morgan.

–          No sean weones, Luna, devuelve a la niñita weón.

–          Cállate weón, cállate! – gritó el Luna con una mezcla de miedo e ira.

 

En ese momento yo  empecé a correr solo, quería desaparecer, cuando ya casi cruzo toda la avenida, veo a los dos muchachos con la pequeña niña en la mitad de la calle, me detuve a mirar desde lejos, quería saber que pasaría, la mujer aparece corriendo, pero esta vez acompañada de un muchacho de nuestra edad.  Los chicos corren con la niña en dirección hacia donde yo me encontraba, eso significaba que yo también estaba fregado, cuando me acercaron corrí con ellos, nos escondimos por los pasajes y pensábamos qué hacer, Carlos Morgan tenía una idea, lo seguimos, nos llevo hasta la vieja casa club, la de los cartones, ahora un poco destruida por el paso del tiempo, entramos rápidamente y nos quedamos en silencio, pudimos escuchar a la mujer pasar corriendo cerca, la niñita parecía tranquila

–          ¿Qué haremos?, esta mierda se pondrá fea –le dije al Luna mientras el corazón casi se me salía

–          No sé weón, quedémonos tranquilos un rato, ya se nos ocurrirá algo –respondió-

–          Vale

 

La niña con sus pequeñas manitos saco la mano del Luna de su cara y éste con el nerviosismo, ni siquiera lo noto, la niñita nos miro con sus grandes ojitos negros y sonrío, pude escucharle decir: “¿jugamos en la casa de las muñecas?”, todos quedamos mudos, nadie respondió, la niña estaba despierta, esperamos algunas horas, Carlos Morgan se saca la chaqueta y la pone encima de la niñita, la pequeña queda dormida, el frío en el norte es mucho, pero parecía ir bien, Carlos queda dormido, la tierra en el norte es mucha pero parecía irle bien, el Luna queda dormido, el odio en el norte es mucho pero parecía irles bien, quedaron ahí y el Luna con la pequeña en su regazo, con la luna ausentándose, la mujer de seguro deambula loca, pensando lo peor, es que tanta clona terminaría dejándonos de ese modo, a mi también me dio sueño, pensé en las cosas perdías un rato, mientras veo al luna dormido acariciar la mano de la pequeña, decido partir, camine lentamente hasta mi casa, abrí la puerta y pude ver que ya amanecía, entré en silencio a mi habitación, me saqué la ropa, los zapatos y me acosté, vaya ladrones de niños pensé, la mañana pintaba para buena, se venía un largo día despejado,  encendí la tele y puse el canal de la música, sonaba “Ansiedad” de Los Panchos.

Fin

 

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