No puede ser de otra manera que, al inicio de una vida profesional por la que se unieron tantos esfuerzos, se vea truncada por un inevitable sentimiento de fracaso que implica el iniciar un período de exilio sin expectativas y con muchas sombras sobre el futuro.
La necesidad de superar las dificultades propias de vivir en un territorio que no es el tuyo y con una idiosincrasia a la que hay que adaptarse rápidamente para no pecar de soberbia o desclasado; la idea de una transformación de la situación no deseada y tratar de convertirla en éxitos, implicaba el soñar con escuchar o ver a nuestros líderes que monitoreaban la situación en el país.
El Chile lejano lo representaban las figuras políticas que lograban, cada cierto tiempo, visitar a la colonia de ávidos compatriotas con noticias del terruño.
Patricio Aylwin y otros generaba esa sensación de que con él podíamos tener la esperanza de que el camino que trazaban para lograr la democracia y el anhelado retorno, estaba en buenas manos; además que nos regalara el bálsamo de esperanza de que ese tiempo ya venía.
Caracas impulsó a muchos a tener esperanzas del retorno día a día; pero Aylwin las alimentó con sus palabras de aliento y con sus gestos que generaban confianzas. Sus mensajes plasmados de fe en sus discursos eran escuchados con apasionamiento y con una delicada atención. No podía ser de otra manera.
Quienes habíamos optado por la rebeldía de oponerse al gobierno militar, pagábamos el precio de tener esas palabras muy distanciadas en el tiempo. Cuando la ocasión lo permitía. De ahí el atesorar cada minuto con nuestros líderes. De ahí estrujar el tiempo para que no acabara y sentirnos en la patria. Aquella Patria buena y justa que logró transmitir a todos.
No puedo a su muerte recordar sólo emocionadas vivencias en tierras lejanas y después el destino, el gran destino, darme la oportunidad de ser uno de los escogidos para ser parte de su primer gabinete regional.
Ese orgullo de servir junto a él y dar los primeros pasos en la incipiente democracia, pagó todos los sufrimientos.
Cuando un hombre tiene la capacidad de pedir perdón a sus compatriotas por la violación a los derechos humanos, merece nuestro respeto y admiración.
El mío, de por vida, don Patricio Aylwin Azócar.