En plena Segunda Guerra Mundial, dos soldados enemigos se enfrentan en una selva espesa al borde de un acantilado. De pronto, un gigantesco gorila aparece en escena y el filme pasa luego de los créditos a 1973, en un Estados Unidos bajo la presidencia de Richard Nixon y con el tema de la guerra de Vietnam como contexto.
En ese período el espectador se entera de la existencia de una misteriosa isla que escapa de los mapas y de los radares, protegida por un constante manto de espesas nubes. Se supone que en ese lugar, que se conoce como Isla Calavera, podría existir una amenaza para la estabilidad estadounidense o tal vez vestigios de una civilización extraterrestre.
Este ‘Kong; la isla calavera’ actúa desde el comienzo como una moraleja sobre el intervencionismo americano, propio de la era Trump. Y por este motivo, los protagonistas se embarcan en un viaje secreto hacia ese destino incierto, sin saber lo que les aguarda.
Dirigida por Jordan Vogt-Roberts, esta película es un entretenimiento asegurado cuando se asume que se trata de una fórmula ya probada –la historia de King Kong partió en los años 30 y tuvo una estupenda versión en 1976 y una mediocre de Peter Jackson- y cuyo valor radica en contar la misma historia dándole una segunda lectura.
Llama la atención que el director, con una pericia sorprendente, lleva adelante una historia llena de buenos instantes de acción y con un sorprendente empleo de los efectos sonoros y visuales, a pesar de la gran debilidad con que cuenta: un pésimo guión que no saca provecho a un relato que pudo elevarse por encima de la media pero que, desafortunadamente, no alcanza a ser más que un estupendo filme de aventuras fantásticas.
La isla calavera que presenta este director es un sitio donde el enorme simio convive con una gran cantidad de animales prehistóricos mucho más peligrosos. Y el equipo que llega a ese remoto lugar pronto se dispersa, dando espacio a un enfrentamiento entre civiles y militares, situación que da pie al tema de reconocer cuál es el verdadero monstruo en esa isla alejada del mundo.
De este modo, el director Jordan Vogt-Roberts revela su preocupación por el sonido, los colores y la construcción del espacio a pesar de no sacar mejor provecho al tema del enfrentamiento entre científicos y militares.
El grupo actoral está encabezado por un demasiado intenso Samuel L. Jackson, en oposición a un candoroso John C. Reilly, un soldado perdido más de treinta años conviviendo en armonía con los nativos de la isla.
Así, este filme replantea el tema de King Kong, exagerando sus proporciones y anticipando lo que de seguro será el encuentro más esperado para 2018: la pelea de este simio con el mítico Godzila que, de seguro, será un evento para los fanáticos de los monstruos y el cine de aventuras.
En este filme hay escenas notables en su concepción técnica –la secuencia de los helicópteros versus Kong es estupenda- pero, por desgracia, el guión no alcanza a ser satisfactorio y muchos personajes que se intuían interesantes desaparecen sin explicaciones, dejando la sensación de vacío y frustración.
Con 190 millones de dólares invertidos nada se puede objetar desde el aspecto técnico, donde la concepción de la isla, la niebla que la rodea, la vegetación y el diseño de los animales, son sencillamente sorprendentes.
De este modo, ‘Kong: La Isla Calavera’ es un filme que deleita en lo visual y respetuoso en términos generales de la esencia del auténtico King Kong. Pero su historia, las motivaciones de los personajes y el acabado final resulta débil y hasta burdo, sin que esto le quite el principal mérito: es una matiné ideal para que toda la familia se divierta sin complejos que, de manera obvia, tendrá una secuela muy pronto.