Esta película es el debut del director chileno Juan Francisco Olea y se inscribe por derecho propio en esos filmes que todo cinéfilo debe rescatar, porque se trata de un descenso hacia el infierno en un relato cinematográfico limpio y provocativo. Tarea de rescate para los que coleccionan buen cine y una mirada necesaria respecto de la evolución que está logrando la industria en un país que hace rato está dando demostración de madurez en el ámbito audiovisual.
Una de las más interesantes películas chilenas, ‘El Cordero’, llega a nuestra cartelera nuevamente sin la adecuada difusión y en una sola sala, restándole posibilidades a los espectadores que buscan en el cine nacional una manera de comprender el camino y los vaivenes que está siguiendo la industria audiovisual en el país.
Ganadora del premio al mejor director para Juan Francisco Olea en el último SANFIC de Santiago, este filme es un estudio más que notable de una psicología en crisis, un tremendo estudio de personajes y una demostración de la calidad actoral de Daniel Muñoz que, lejos, se reinventa en cada uno de sus roles para la pantalla grande.
El inicio de “El Cordero” parte con un sobresalto, narrado con una limpieza cinematográfica que se agradece: el protagonista, Domingo, un tipo católico practicante, que va a misa y se confiesa periódicamente, y que sale a entregar la palabra de Dios por las calles con su familia, mata a la secretaria de su oficina de manera accidental.
Su existencia hasta ahora ha sido gris, insignificante, pero de alguna manera feliz y tranquila: tiene una mujer que está sexualmente insatisfecha y un hijo que está en el límite del descubrimiento de su verdadera sexualidad. Su trabajo en la fábrica de su suegro es mezquino pero le permite tener buen pasar hasta que sobreviene el desgraciado acontecimiento.
Desde ese momento su vida se transforma completamente. Deja de ser “el cordero de Dios” y trata de encontrar el sentimiento de culpa por medio de la fe que no lo motiva más, a pesar de tener un cura amigo que lo apoya y lo escucha de manera un tanto mecánica.
Y es entonces, en un interesante giro argumental, que el protagonista cree que los mecanismos del perdón y la redención le permiten ciertas licencias para actuar de manera irracional, comenzando una torpe escalada de abusos y actos que van dejando en evidencia una psicología enferma cuya raíz la desconocemos.
El director de “El Cordero” le confiere a su película un tratamiento pulcro, limpio de todo exceso, sacando provecho al tiempo dramático, al juego de la cámara y a las locaciones (notable en este sentido la escena del almuerzo en el campo, donde el protagonista parte la carne casi cruda en una metáfora que se amplía y ramifica a su sentimiento de culpa).
Es evidente que el director Juan Francisco Olea evita por todos los medios caer en la caricatura o en el melodrama y hace que el personaje de Domingo transite lenta pero inexorablemente hacia la locura, situándolo siempre en un entorno familiar conservador, católico y tradicionalista.
Aunque todo lo que Domingo hace después del fatal accidente es inmoral y hasta escandaloso, resulta casi normal cuando comprendemos que detrás de esa fachada de católica en crisis se oculta una personalidad fragmentada, que clama por un auxilio que no llega desde ninguna parte.
Resulta todavía más importante que el director Olea trabaje con materiales tan difíciles –la fe, el sentido de la culpa, el arrepentimiento, la penitencia, la búsqueda de una verdad- sin caer en el dogmatismo o en el tono académico. Dicho de otro modo, la película fluye, entretiene e inquieta porque está muy bien realizada en su lenguaje cinematográfico y tiene un argumento muy potente que si no logra llegar a dimensiones todavía mayores, deja entrever que el realizador tiene todas las condiciones para lograrlo.
En un momento del filme el protagonista se pregunta: ¿cómo me voy a sentir culpable ayudando a la gente?, con lo cual plantea uno de los pilares sobre los que se sostiene la película. Es un tipo que busca a través del dolor y los actos impuros, la posibilidad del perdón de un Dios que no alcanza a abrazar en toda su plenitud.
Tratándose de la primera película del director Olea, resulta más que plausible su dominio de los recursos cinematográficos y de la madurez con que encara una historia que, además, tiene otras aristas inquietantes aunque no resueltas, como son la insatisfacción sexual de la mujer de Domingo que espera quedar nuevamente embarazada o la que pudo tener mayor desarrollo, el extraño comportamiento de Roque, su hijo, que parece estar al borde de la definición de una sexualidad que parece ambigua.
Brillante debut, resulta una película que debe ser apreciada por el público adulto que, por fin, puede encontrar algo distinto en un panorama casi siempre saturado de comedias de mal gusto o de historias mal contadas.