Parece que en su búsqueda incesante de temas, Hollywood se recordó de los clásicos infantiles, reciclándolos con toda la gama de efectos especiales de que dispone. Como idea inicial no está mal, sobre todo si se trata de acercar, recrear o dar una vuelta de tuerca a aquellas historias inmortales, entre las cuales se encuentra Blancanieves.
Pero sucede que a la luz de este estreno –El Cazador y la Reina de Hielo– que se sitúa cronológicamente antes que la película “Blancanieves y la leyenda del cazador”, solo queda en evidencia que de seguro vendrán muchas secuelas (al estilo de ‘Las crónicas de Narnia’), pero el personaje creado por los hermanos Grimm se desperfila de manera brutal, a pesar de todos los elementos de la puesta en escena que es suntuosa, elegante y a ratos, cautivadora.
A pesar de ser presentada como una precuela (una película que cuenta lo sucedido antes del filme mencionado de 2012), en estricto rigor no lo es y aunque inventa una cantidad impresionante de temas y quiebra toda la verosimilitud del relato original, no posee algo que es clave para este tipo de filmes de corte fantástico: magia.
Guardando las proporciones, nos recordamos por ejemplo de esa maravillosa relectura del mito del Rey Arturo que en los ochenta ideó John Boorman, cuando hizo su notable película “Excalibur”, una pieza de culto. Allí no solo había magia y efectos visuales, sino también creatividad y belleza que acá escasean.
De este modo, para apreciar este filme no es preciso haber visto la cinta previa, porque de partida muchas situaciones cambian con respecto a aquélla. Desde luego, se funden en esta película muchos episodios de otros cuentos y se tuerce la matriz original de Blancanieves, al punto que tratar de encontrar alguna similitud es tarea inservible.