Los/as editores/as del ‘The Economist’ definieron el 2015 como el ‘año de los obituarios’ en todo sentido. La prensa nacional dedicó extensos reportajes a analizar lo aprendido por diversos actores que fueron impactados por la debacle en la contingencia política, entre ellos/as políticos, empresarios, dirigentes deportivos y la curia eclesiástica, quienes fueron protagonistas de escándalos y debieron enfrentar a los medios, la opinión pública y la ciudadanía. En general, el año pasadose caracterizó por la muerte de la ‘vieja política’. Vuelvo aquí a recordar las palabras del filósofo alemán Walter Benjamín en su libro Escritos Políticos, quien señala que hoy en las democracias occidentales se percibe un agotamiento y hasta abulia de los elementos básicos de la experiencia política hegemónica, tales como los conceptos de Estado de Derecho, Democracia Representativa, etc., así como la presencia de las antagonías clásicas como lucha de clases, práctica revolucionaria y otras. En palabras simples, los discursos ‘modernos’ que nos hablan de que el sistema democrático que tenemos es el apto para gobernarnos es lo que está en crisis
Este 2016 es bastante incierto. Tanto en la opinión pública como en los medios de comunicación se dice que no se sabe cómo salir de las crisis, y las conversaciones se sostienen en todos los niveles y escenarios. El ‘realismo sin renuncia’ de las reformas podría agudizar las crisis, dado que Chile no está preparado para la implementación de modelos solidarios, el neo-liberalismo nos trajo el confort egoísta del bienestar económico y es difícil renunciar a ello y a la ‘ira de las expectativas’. Mi preocupación es que las crisis se acrecienten y podamos llegar a niveles preocupantes de ingobernabilidad
Por ende, lo que hay que cambiar aquí es la educación y la formación de nuestros/as futuros/as gobernantes. Las escuelas de gobiernos y universidades en ciencias políticas tienen la responsabilidad de preparar a gente común y corriente que pueda ofrecer una cultura de probidad. Hombres y mujeres virtuosos que en el ejercicio de sus talentos debieran gobernar este país. Se necesita acabar con una clase privilegiada política que pretende incrustarse a través de genealogías de apellidos y contactos, o a través del poder del dinero. Ésta es la verdadera reforma que este país requiere.