En cada rincón de Antofagasta habita algo de él. En el colegio que lleva su nombre, en las bibliotecas donde se estudian sus versos, en la costanera que tantas veces recorrió, y en la brisa del desierto que inmortalizó con su pluma.
Andrés Sabella falleció un día como hoy en 1989, dejando un legado que trasciende generaciones. Nació en 1912, hijo de padre palestino y madre antofagastina, y desde muy joven entendió que su vocación estaba ligada a la palabra. A los 15 años fundó la revista literaria Carcaj, y más tarde se convirtió en una voz imprescindible del periodismo nacional, colaborando en medios como La Opinión, El Mercurio de Antofagasta, La Nación, y dirigiendo incluso El Litoral.
Su compromiso con la cultura y el norte lo llevó a explorar múltiples géneros: poesía, crónica, cuento, novela y ensayo. Obras como Norte Grande (1944) y Crisol del Norte son referencias obligadas de la literatura regional. En su poesía resuena el polvo del salar, el canto de los obreros, los atardeceres rojos de Tocopilla y el silencio ancestral del desierto.
Pero Sabella no solo escribía: también enseñaba. Fue profesor, conferencista y gestor cultural. Amaba profundamente a Antofagasta, ciudad que en sus palabras “guarda entre su frente
levadura de océanos y estrella. Lar de sangre y sudores en querella, de la ambición del hombre es confidente:
todo aquí tiene pulso de torrente, ¡su historia, como un cántico, destella!“. Defendió con pasión su identidad nortina, mestiza, trabajadora y profunda.
“Si alguien después de 50 años recuerda una de mis frases…”
Una de sus reflexiones más conmovedoras sigue resonando hoy con fuerza:
“Si alguien después de 50 años recuerda una de mis frases, mi labor como poeta se habrá cumplido.”
En estas palabras late la humildad y, al mismo tiempo, la ambición más noble de Sabella: que la poesía y el periodismo sean semilla de memoria, identidad y futuro. No escribía para los aplausos de un día, sino para que sus frases se volvieran refugio y testimonio que acompañara a nuevas generaciones.
También enseñó con humildad sobre el oficio de escribir:
“Escribir es fácil. Pero si quiere escribir de verdad, aprenda a corregir, porque eso sí que es tarea ardua.”
Con esta enseñanza, Sabella recordaba que el periodismo y la literatura no se sostienen en la improvisación, sino en el oficio, la disciplina y la autocrítica constante. Escribir no es solo juntar palabras, sino tener el coraje de revisarlas, pulirlas y defender la verdad que transmiten.
Ese rigor, que Sabella practicó toda su vida, sigue siendo un faro para quienes ejercemos el periodismo en tiempos donde abundan las fake news y los discursos fáciles.
Memoria viva
En Antofagasta, su legado se mantiene vivo no solo en monumentos y colegios, sino también en el espíritu de quienes siguen contando las historias del territorio con pasión, verdad y belleza. Su nombre figura entre los grandes —como Gabriela Mistral o Pablo Neruda— pero con un sello propio: el del desierto, el cobre, la pampa, los astilleros, los migrantes y los olvidados. Gran parte de su vida fue un activo militante del Partido Comunista de Chile, siendo uno de los fundadores de la Alianza de Intelectuales contra el Fascismo.
Además de su vínculo con Antofagasta, Sabella fue uno de los primeros en pensar el norte como un territorio con identidad propia. Fue pionero en usar y difundir el concepto de “Norte Grande”, no solo como geografía, sino como una expresión cultural y simbólica que abarca historia, esfuerzo y resistencia. En sus textos, el norte no era un paisaje de fondo, sino un protagonista pleno, lleno de vida, memoria y dignidad.
Neruda lo resumió así:
“Mientras Sabella nortiniza la poesía, yo la ensurezco.”
A 36 años de su muerte, Andrés Sabella sigue siendo mucho más que un nombre en una calle o una escuela. Es símbolo de lo que puede nacer cuando el periodismo se abraza con la poesía, cuando se escribe con el corazón puesto en el lugar de origen, y cuando se elige la verdad aunque incomode.
Ese es también el compromiso que asumimos desde El Diario de Antofagasta: ejercer un periodismo libre, sin presiones externas, inspirado en la ética, la pasión y la consecuencia de Sabella.