El 18 octubre de 1973, el jefe de la Primera División de Ejército con asiento en Antofagasta, General Joaquín Lagos Osorio, quien había asumido las funciones de Intendente Regional tras el Golpe de Estado, recibe al General de Brigada Sergio Arellano Stark y a su comitiva. Al día siguiente se entera de brutales crímenes que ocurrieron en Antofagasta y Calama, la “Caravana de la Muerte“. Lagos Osorio, se negó a cumplir la orden de ocultar los cadáveres de los 14 ejecutados en Antofagasta y transformarlos en detenidos-desaparecidos. Ordenó a los médicos militares vendar los cuerpos despedazados y entregarlos a sus familias. Décadas después, en el año 2000, los abogados de Pinochet y Arellano lo acusan a él de esos crímenes de lesa humanidad en el juicio por el caso “Caravana de la Muerte“. Ese mismo año, accede a entregar su testimonio y demuestra la responsabilidad de Pinochet en crímenes del ejército bajo su mando. Vea aquí la histórica entrevista.
Joaquín Lagos Osorio, comandante en jefe de la I División de Ejército con asiento en Antofagasta. II Región de Chile.
Lagos Osorio, declaró el 3 de julio de 1986, por exhorto solicitado por el Primer Juzgado del Crimen de Antofagasta por la desaparición de Hector Mario Silva Iriarte, Miguel Hernán Manríquez Díaz y Marcos Felipe de la Vega Rivera, ocurrida el 19 de octubre de 1973 en Calama.
En su declaración Lagos, afirma que:
“Con fecha 11 de septiembre de 1973, en mi calidad de general de Brigada, Comandante de la Primera División de Ejército, me correspondió asumir la Jefatura de Zona en Estado de Sitio de la Provincia de Antofagasta
“El mismo 11 de septiembre, se dictó el Bando N° 3 de la Jefatura de Estado de Sitio, el que bajo mi firma requería varias personas, aproximadamente 100, para que se presentaran a la Intendencia de Antofagasta y respondieran por cargos diversos que se le formulaba por parte de los Servicios de Información, atendida su calidad de altos militantes del régimen de la Unidad Popular. En este Bando, figuraba don Mario Silva Iriarte. No recuerdo la oportunidad en que el Sr. Silva se presentó a la Intendencia, presumo que ello debe haber sido en la fecha y forma que señala su cónyuge en la querella.
Respecto a los señores Miguel Hernán Manríquez Díaz y Marcos Felipe de la Vega Rivera, desconozco la oportunidad y las circunstancias de su detención, a no ser por los dichos de sus familiares en las querellas.
Al 19 de octubre de 1973, las tres personas sobre las que declaro, se encontraban detenidas en la cárcel de Antofagasta y sometidos a proceso, sin que se hubiera citado aún a Consejo de Guerra de acuerdo al Código de Justicia Militar, por lo que los detenidos no tenían aún la posibilidad de defensa que contempla el mismo código. A la fecha indicada, por cierto, no existía sentencia condenatoria en su contra. No recuerdo precisamente los cargos por los que se llevaba adelante las investigaciones respecto de estas tres personas.
El 17 de octubre de 1973, recibí un llamado telefónico en la Intendencia de Antofagasta, alrededor de las 10.00 hrs., del General Sergio Arellano Stark, que me pedía permiso para entrar en mi zona jurisdiccional, pues venía en helicóptero por orden del Comandante en Jefe del Ejército a uniformar criterios sobre la administración de justicia.
Accedí a lo solicitado por dicho General y le pregunté el día y la hora de arribo a Antofagasta. Me informó que llegaría a Antofagasta al día siguiente -18 de octubre de 1973-, alrededor de las 10.00 horas y que necesitaba alojamiento para 10 personas. Le contesté que descendiera en el Regimiento Esmeralda y que él tendría alojamiento en mi casa. Al preguntarle con quién más venía, entre otros, mencionó al Teniente Coronel Sergio Arredondo González, quién había sido 2° Comandante cuando me había correspondido mandar el Regimiento Coraceros, razón por la cual le comuniqué que el comandante Arredondo también tendría alojamiento en mi casa.
Después de esta conversación di las instrucciones al Jefe de Relaciones Públicas, que tenía en la Intendencia Mayor Manuel Matta Sotomayor, hoy general en servicio activo (N.de la R. 1986), y a mi Ayudante, Capitán Juan Zanzani Tapia, hoy Teniente Coronel en servicio activo (N. de la R. 1986), para que prepararan la llegada de esta delegación. Ambos jefes se encuentran hoy en Santiago. El General Matta a cargo del Comando de Apoyo Administrativo del Ejército y el Teniente Coronel Zanzani, en la Dirección de Instrucción del Ejército.
Esa misma mañana recibí un llamado telefónico del General Oscar Bonilla B., Ministro del Interior, quien me insinuaba la posibilidad de que las personas sometidas a proceso fueran defendidas por el Colegio de Abogados de Antofagasta. Consecuente con lo anterior, cité a la Directiva del Colegio de Abogados de esa época para que mantuviera una reunión conmigo, en mi oficina.
Alrededor del mediodía, concurrió a mi oficina la directiva del Colegio de Abogados, con su presidente, don José Luis Gómez Angulo, y con los siguientes miembros del directorio: Señores Mahomud Tala Rodríguez, Ignacio Rodríguez Papic, Carlos Marín Salas, Horacio Chávez Zambrano y Luis Fernandois, hoy fallecido. Todos continúan residiendo actualmente en Antofagasta, a excepción del Señor José Luis Gómez Angulo que está en Santiago en la firma “Eulogio Gordo y Cia”.
Manifesté a la directiva que la petición que les formulaba estaba encaminada a conseguir una recta administración de justicia, constituyendo una garantía de que se respetarían las normas procesales y que se defendería adecuadamente a los procesados.
Todos sin excepción aceptaron mi petición, junto con agradecer esta medida.
Esa misma mañana, después de la reunión con la directiva del Colegio de Abogados, recibí en audiencia al abogado de Santiago, don Gastón Cruzat Paul y al de Antofagasta, don Luis Fernandois. El señor Cruzat venía en representación de la familia del detenido señor Eugenio Luis Tagle Orrego quien me solicitaba que la defensa del señor Ruiz Tagle fuera hecha por el abogado señor Luis Fernandois. Les manifesté que, conforme al acuerdo recientemente contraido con el Colegio de Abogados, no había ninguna inconveniencia en que así fuera.
Al día siguiente, 18 de octubre de 1973, alrededor de las 10.00 horas y como acto de deferencia, me trasladé al Regimiento Esmeralda a recibir al General Sergio Arellano, que arribó poco después de las 10.00 hrs.; además del General Sergio Arellano, venían con él los siguientes jefes y oficiales:
* Teniente Coronel Sergio Arredondo González
* Mayor Pedro Espinoza Bravo
* Capitán Marcelo Moren Brito.
* Teniente Juan Chiminelli Fullerton
* Teniente Armando Fernández Larios
El helicóptero era piloteado por el capitán Sergio de la Mahotier y no recuerdo el nombre de su acompañante. Estos son los grados que en ese entonces ostentaban los jefes y oficiales mencionados.
A su llegada, le pedí al General Arellano que me informara el motivo de su visita. Me contestó que traía la orden del Comandante en Jefe del Ejército, General Augusto Pinochet Ugarte, de uniformar criterios sobre la administración de justicia, lo que me pareció razonable, dada la situación que vivíamos y consideré que esto venía a reforzar lo que me había pedido el General Bonilla el día anterior.
Además me pidió una reunión con el personal de la guarnición militar (oficiales y cuadro permanente), pues traía para ellos un especial encargo del Comandante en Jefe del Ejército General Augusto Pinochet Ugarte. Al preguntarle a qué se refería este encargo, me contestó que era sobre la conducta del personal en estos momentos. Le expuse que no hacía mucho el Comandante en Jefe del Ejército había estado en Antofagasta y ese tema lo había tratado extensamente y además que yo, como Comandante en Jefe de la División así como los Comandantes de las Unidades habíamos insistido en esto, pues nos preocupaba mucho. El General Arellano me reiteró que tenía orden del Comandante en Jefe del Ejército de insistir sobre ciertos aspectos y tratar otros, razón por la cual dispuse esta reunión en la Escuela de Unidades Mecanizadas, donde yo concurrí para presentarlo al personal.
El General Arellano centró su exposición sobre la conducta del personal, la que debía ser ejemplar, evitando todo abuso de poder. Al final, yo le comenté que nada nuevo había aportado con su exposición.
Luego nos fuimos a almorzar a mi casa, el General Arellano y el Comandante Arredondo, y el resto de la delegación al Hotel Antofagasta, donde tenía sus reservaciones.
Le comuniqué al Jefe del Estado Mayor de la División, Coronel Sergio Cartagena R., que dispusiera lo necesario por cuanto en la tarde el General Arellano trabajaría en mi oficina de la División y yo lo haría en la Intendencia. Además, le pedí que ordenara al Auditor de la División, Teniente Coronel Marcos Herrera Aracena, que le mostrara al General Arellano los sumarios fallados y los en proceso, para que vieran en conjunto y en forma práctica los nuevos procedimientos que traía el General Arellano, a finde que se hiciera un Memorándum para un posterior análisis conmigo.
Además, considerando que el General Arellano me había informado que al día siguiente iría a Calama con el mismo objeto le ordené al Jefe del Estado Mayor que comunicara al Coronel Eugenio Rivera, Comandante de la Guarnición del Loa, la visita, la que sería por el día, manifestándole que el arribo sería alrededor de las 10.00 horas.
Durante el almuerzo, se habló únicamente de la situación de Santiago, y ni el General Arellano ni el Comandante Arredondo dijeron nada de lo que habían hecho, especialmente la noche anterior en Copiapó, dependiente de mi División. Por otra parte, el Comandante de esa Unidad, Teniente Coronel Oscar Haag Blaske, nada me había informado. Terminando el almuerzo nos retiramos a nuestros lugares de trabajo: el General Arellano a mi oficina de la División y yo a la oficina de la Intendencia.
En la tarde de ese día me informaron que el Comandante en jefe del Ejército y Presidente de la Junta de Gobierno, venía de Santiago con destino a Iquique, y que haría una escala de mantenimiento en Antofagasta, lo que informé al General Raúl Vargas Miquel, de la Fuerza Aérea, al Comandante Jorge Martín Cubillos de la Armada y al General Luis Campos Vázquez de Carabineros, a fin de que me acompañaran al aeropuerto a saludar al Presidente de la Junta y Comandante en Jefe del Ejército. También se lo comuniqué al General Arellano.
Alrededor de las 18.30 horas nos encontrábamos en el hangar del aeropuerto pero faltaba el General Arellano y, pasados unos instantes, los jefes de las Fuerzas Armadas y de Orden de Antofagasta me preguntaron qué le pasaba al General Arellano que no se encontraba con nosotros y que estaba con su gente en la pista, alrededor de 100 metros de donde estábamos. Les contesté que no me había dado cuenta y no sabía a qué se debía esa actitud; junto con ello les expliqué la razón de su viaje, ajustándome a lo que el General Arellano me había informado.
Al llegar el avión del Comandante en Jefe del Ejército, me acerqué a saludarlo y junto con ello le informé que Antofagasta estaba en la más absoluta calma. Después de saludar a los otros jefes institucionales, entre los que también estaba el General Arellano que se había acercado, le informé de la conversación que había tenido con el General Bonilla y de mi Gestión con la directiva del Colegio de Abogados de Antofagasta. De esta conversación fueron testigos los jefes institucionales de Antofagasta, así como también el General Arellano.
Después de despedirme de los Jefes Institucionales, y dada la hora, le ofrecí al General Arellano mi auto para que regresáramos a Antofagasta, lo que aceptó. En vista de esto, el Comandante Arredondo, que estaba presente, me pidió el vehículo que le tenía asignado al General Arellano. Yo pensé que iría a visitar a un hermano que tenía en Antofagasta. Además, en ese encuentro, el General Pinochet le había comunicado que lo había nombrado Director de la Escuela de Caballería. Por lo cual accedí a la petición que me formuló y le envié saludos a su hermano, a quien conocía.
En mi domicilio y antes de pasar a comer, le pregunté al General Arellano ¿cómo estaba la forma de la administración de justicia con relación a la política del Comandante en Jefe que él traía; me contestó que nada de importancia había y que al día siguiente conversaríamos, respecto a detalles que ya había hablado con el Auditor.
Estando comiendo, llamó por teléfono el Comandante Arredondo; yo lo atendí; era para disculparse porque no alcanzaría a comer con nosotros; pensé que estaba en casa de su hermano.
Antes de terminar de comer, el General Arellano demostró preocupación, porque durante el día no había estado con la gente que andaba con él y que estaba en el Hotel Antofagasta. Yo le manifesté que no se preocupara, que yo mismo lo llevaría en mi auto a reunirse con ellos en el Hotel. Hoy recuerdo que no volvió a mencionar esta preocupación y después de comer nos retiramos a nuestros aposentos, sin que el Comandante Arredondo hubiera llegado.
Al día siguiente, el 19 de octubre de 1973, después del desayuno, que se sirvió en las habitaciones de cada uno, cuando eran pasadas las 08.00 horas y estando listos para dirigirse al helipuerto del Regimiento “Esmeralda”, para la partida del General Arellano a Calama, llegó el Auditor de la División, Teniente Coronel Marcos Herrera Aracena a sacarle unas firmas al General Arellano. Según me informó el mismo General Arellano, eran por el trabajo efectuado el día anterior. Después de la partida del General Arellano a Calama, no se me informó de nada anormal. Me fui a la Oficina de la Intendencia; estimo que serían alrededor de las 10 horas del 19 de octubre de 1973.
A penas llegué, pidió hablar conmigo el Jefe de Relaciones Públicas, Mayor Manuel Matta Sotomayor, hoy General en Servicio Activo. Noté que en su rostro reflejaba una gran preocupación y me preguntó:
“¿Qué vamos a hacer ahora, mi General?”.
Yo le contesté ¿Hacer de qué?
Quedó abismado de mi respuesta y me preguntó si no estaba en conocimiento de lo que había sucedido la noche anterior.
Yo ya molesto, porque nada me decía y sólo se limitaba a hacerme preguntas con estupor, al constatar que nada sabía de lo que había sucedido la noche anterior, lo conminé a que de una vez por todas me informara de qué se trataba. Sólo entonces, me informó que en la noche, la Comitiva del General Arellano había sacado del lugar de detención a 14 detenidos que estaban en proceso, los había llevado a la quebrada del “Way” y los habían muerto a todos con ráfagas de metralletas y fusiles de repetición; después habían trasladados los cadáveres a la morgue del Hospital de Antofagasta y como esta era pequeña y no cabían todos los cuerpos, la mayoría estaba afuera. Los cuerpos estaban despedazados, con más o menos 40 tiros cada uno y en estos momentos así permanecían al sol y a la vista de todos cuantos pasaban por ahí.
Al oír de esta horrible masacre, quedé estupefacto y sentí una enorme indignación por estos crímenes perpetrados a mis espaldas, en un lugar de mi jurisdicción.
Ordené que armaran sus cuerpos, los médicos militares y del hospital, y avisaran a los familiares y les hicieran entrega de los cuerpos, en la forma más digna y rápida posible.
Estando en esto , recibí el llamado de mi señora esposa, desde mi casa, que me pedía explicaciones acerca de lo sucedido, pues frente a la casa tenía a más de 20 mujeres llorando a gritos, que pedían la razón de la muerte de sus esposos, hijos o hermanos y le rogaban su intercesión para que les devolvieran los cadáveres. En forma breve le expliqué a mi señora lo que había sucedido, de lo cual estaba siendo informado recién y que haría cuanto se pudiera para entregar los cuerpos, en la forma más digna posible. Luego, entró mi ayudante, el Capitán Juan Zanzani Tapia que me anunciaba que había llegado la Directiva del Colegio de Abogados de Antofagasta y solicitaba con urgencia hablar conmigo.
Les hice pasar de inmediato, a pesar del estado anímico en que me encontraba.
La Directiva del Colegio de Abogados me manifestó que lamentaba no poder prestarme la cooperación que les había solicitado el día anterior, después de lo que había ocurrido la noche anterior, toda vez que habían sido muertos 14 detenidos, sin mediar sentencia alguna.
Les manifesté que en estos mismos momentos había tomado conocimiento de lo sucedido; que todo se había perpetrado a mis espaldas; que no había citado a Consejo de Guerra ni menos firmado sentencia alguna. Les agradecí la cooperación y les expuse que tal sería la última vez que los vería, pues renunciaría al Ejército ante el Comandante en Jefe del Ejército por estos hechos.
Pedí informe acerca de quienes habían sido ejecutados por la Comitiva del General Arellano y estos eran los siguientes; entre los cuales se encuentran las tres personas, cuyas muertes investiga SS.:
Luis Eduardo Alaniz Álvarez
Nelson Guillermo Cuello Álvarez
* Mario Silva Iriarte
* Miguel Manríquez Díaz
Daniel Alberto Moreno Acevedo
Washington Muñoz Donoso
Eugenio Ruiz Tagle Orrego
Mario Arqueros Silva
* Marcos de la Vega Rivera
Dinator Ávila Rocco
Segundo Flores Antivilo
José García Berrios
Darío Godoy Mancilla
Alexis Valenzuela Flores
Recuerdo que la razón por la que estaba detenidos y sometidos a proceso era por la información que se tenía del Servicio de Informaciones, de la existencia de un Plan destinado a efectuar un autogolpe de la Unidad Popular, que trataba de infiltrarse en las Fuerzas Armadas y Carabineros. De lo que existía cierta evidencia como el caso del carabinero Smith que el mismo día 11 de septiembre de 1973 mató a quemarropa a un mayor y un capitán de carabineros después de la formación, en que se le comunicaba a la tropa que las Fuerzas Armadas y de Orden habían tomado el mando de la nación.
Se decía que la acción la realizarían en la formación preparatoria para las Fiestas Patrias, contra las fuerzas de formación y simultáneamente contra los cuarteles de las Unidades de las Fuerzas Armadas y Carabineros. Además de bloquear las vías de acceso a Antofagasta, incluso el puerto, para impedir el ingreso a la bahía de buques de guerra.
Esta agrupación en Antofagasta se denominaba AFP (Agitación y Propaganda), grupo que reemplazó al Frente Interno del Partido Socialista y su organización sería encabezada en Antofagasta por Mario Silva Iriarte, Washington Muñoz D., Eugenio Tagle O., Luis Espinoza, Juan Carlos Cortés B., Jorge A. García C (o Mariano García), Miguel Manríquez y Sergio Hernández. Es lo recuerdo.
Ese día fue muy duro para mí; arreglo y entrega de cadáveres a los familiares. Recuerdo incluso que le pedí al padre José Donoso, a quién había designado capellán de la cárcel, que comunicara a algunos familiares la ejecución de sus parientes. Intenté hablar por teléfono con el Comandante en Jefe del Ejército que estaba entre Iquique y Arica, lo que me fue prácticamente imposible. Deseaba comunicarle urgentemente lo que el General Arellano y Comitiva habían perpetrado.
En la tarde de ese día, efectué una reunión de Comandantes de Unidades de la Guarnición de Antofagasta, lo que se hizo en mi oficina de la División y a ella asistieron: el Jefe del Estado Mayor, Coronel Sergio Cartagena (fallecido); Coronel Adrián Ortiz G., Director de la Escuela de Unidades Mecanizadas; Teniente Coronel Enrique Valdés P., Comandante de la Unidad de Artillería; Teniente Coronel Lagos Fortín, Comandante de la Unidad de Infantería; Teniente Coronel Victorino Gallegos, Comandante de la Unidad de Telecomunicaciones y Teniente Coronel Juan Bianchi G., Comandante de la Unidad Logística.
Mi primera pregunta hacia ellos fue si tenían conocimiento de lo que había sucedido la noche recién pasada. Todos guardaron silencio. A continuación pregunté que quién había facilitado vehículos para transportar a los detenidos a la quebrada del Way y después los cadáveres a la morgue. El Coronel Adrián Ortiz G., Director de la Escuela de Unidades Mecanizadas, me contestó que él. Le volví a preguntar por orden de quién. Ya no me contestó. Les manifesté que era yo el que respondía y sólo con mi autorización podían moverse vehículos y sobre todo para ser empleados en tareas como éstas.
Le enrostré su total carencia de lealtad y agregué que no tomaba medias porque al día siguiente dejaría mi puesto a disposición del Comandante en Jefe del Ejército que regresaba de Iquique a Santiago.
Todos en forma unánime me pidieron que no lo hiciera, dada las circunstancias que vivía el país; pero les representé que no aceptaba el atropello de que había sido objeto y, sobre todo estos crímenes que enlodaban al ejército y al país, sin respeto alguno de la normas legales existentes.
Al día siguiente, después del regreso del General Arellano y su Comitiva, de Calama, me fui temprano a la Intendencia desde donde di a orden de que el helicóptero del General Arellano y su comitiva no saliera sin orden mía.
Alrededor de las 09.00 horas, me llamó el General Arellano desde el Regimiento Esmeralda, para agradecerme las atenciones dispensadas; molesto le contesté que sus agradecimientos no me interesaban y que debía trasladarse de inmediato a la Intendencia a explicar su actitud y la masacre que había realizado su comitiva, todo a espaldas de este Comandante en Jefe de la División y que no pretendiera salir.
A los pocos minutos llegó a la Intendencia en compañía del Teniente Coronel Sergio Arredondo, a quién no permití que entrara a mi oficina a pesar de su insistencia.
Enfrentado con el General Arellano, le enrostré su criminal actitud y le manifesté mi indignación por esos crímenes cometidos a mis espaldas en un lugar bajo mi jurisdicción. Se disculpó diciendo que el Comandante Arredondo había actuado por iniciativa propia y sin su autorización. Me molestó sobremanera este subterfugio con el que se declaraba poco menos que inocente y asignaba la responsabilidad a un subalterno, en circunstancias que el Jefe de esa comitiva era él, el propio General Arellano.
Le agregué que no encontraba adjetivo para calificar lo hecho, que había invadido mis atribuciones y responsabilidades, dando muerte a gente que aún estaba procesada, con derecho a las instancias que la Justicia Militar, incluso en tiempos de guerra, consigna en su legislación: Proceso ante el Fiscal Militar, Defensa de los inculpados y, por último, Consejo de Guerra y sentencia del juez militar, que en este caso era yo, que debía pronunciarme en conciencia. Le añadí que lo hecho constituía un crimen tan monstruoso como cobarde, pues se había dado brutal muerte a gente indefensa, sin que mediara sentencia alguna del Juez Militar.
Ante esta situación, el general Arellano me contestó que él respondía de todo esto. Yo le reiteré su actitud innoble para con el ejército, para con el país y para conmigo mismo, y que este hecho ya no sólo era conocido ante la ciudadanía de Antofagasta, sino también ante el país, y en el extranjero. Sólo entonces sacó de su manga un documento que me entregó para que lo leyera: era una comunicación del Comandante en Jefe del Ejército que lo nombraba “Oficial Delegado”, para revisar y acelerar los procesos. Por el estado en que me encontraba no leí con la atención debida este documento, pues más me molestó que no me lo hubiera mostrado cuando llegó y que lo hiciera entonces, cuando habían dado muerte a 14 procesados.
Si me lo hubiera mostrado antes, es decir, a su llegada, yo habría tenido que dictar una orden a todos mis comandantes de unidades, dando a conocer los poderes de que el general Arellano venía investido, toda vez que con esta orden, el Comandante en Jefe del Ejército me quitaba esta responsabilidad y la delegaba al General Arellano.
Pero quedan aún en mi mente las siguientes interrogantes: ¿por qué el General Arellano hizo todo a mis espaldas? – ¿por qué no se convocó a un Consejo de Guerra, instancia a que tienen derecho todos los inculpados a petición del fiscal ordenando las personas que lo integrarían?
Ordené que se retirara con toda su gente de mi zona jurisdiccional, ya que con lo que ahora conocía, no me quedaba otra alternativa que dar cuenta de estos hechos al Comandante en Jefe del Ejército, que esa misma tarde regresaba a Santiago, haciendo escala en Antofagasta, y di orden que dejaran salir el helicóptero que conducía al general Arellano y toda su comitiva a Iquique.
Esa tarde concurrí al aeropuerto de Cerro Moreno, junto con los Jefes Institucionales de la Fuerza Aérea, Armada y Carabineros a la pasada del Comandante en Jefe del Ejército. Al aeropuerto también concurrió mi señora esposa acompañando a la del Comandante en Jefe, que se había adelantado antes a Antofagasta y estaba en mi casa, para estar con sus familiares que se encontraban en Antofagasta y que también concurrieron al aeropuerto.
Le pedí al Jefe de la Fuerza Aérea que me hiciera preparar una sala que había en el hangar contiguo al lugar en que se detendría el avión que traía al Comandante en Jefe del Ejército. A su llegada, me adelanté a saludarlo y le manifesté que tenía urgencia de hablar con él. Inicialmente me contestó que tenía mucha urgencia de continuar viaje lo antes posible; pero ante mi insistencia y después de estar con sus familiares, me manifestó que me concedía cinco minutos. De inmediato lo invité a la sala que estaba preparada y sólo los dos nos reunimos, pues estimé que esto era un hecho del Ejército.
Le informé al Señor Comandante en Jefe del Ejército de todo lo sucedido en Antofagasta y también lo de Calama, ya que en la mañana el Coronel Eugenio Rivera D., de Calama, me había informado de las ejecuciones que el General Arellano y su comitiva habían perpetrado en esa zona la noche anterior; y que el General Arellano se había sobrepasado en sus atribuciones.
Le expuse además, que estos hechos daban la peor imagen, tanto en el ámbito nacional como internacional, lo que constituiría un grave daño para el país.
Por esta razón y el hecho de no aceptar estos procedimientos, le pedía me relevara de mi cargo en Antofagasta, pues con lo obrado por el General Arellano había perdido mi ascendiente sobre la ciudadanía y también de la División a mi mando, toda vez que se había procedido en contra de las normas de respeto y justicia que se habían hecho públicas desde el 11 de septiembre de 1973. Por lo tanto, consideraba que no podía seguir en el Ejército y le pedía cursara mi expediente de retiro.
El General Pinochet me reiteró que nunca había siquiera pensado que el General Arellano iba a proceder así; me encontró razón, además, en el daño que estas muertes ocasionarían; me dijo que yo sería trasladado en una fecha próxima a Santiago, pero que por el momento debía permanecer en mi puesto, dada las actuales circunstancias y que por mis medios tratara de superar, ante la opinión pública la grave situación producida.
Dejo constancia de que esta reunión, que iba a ser de cinco minutos, duró más de una hora.
Al final me pidió un teléfono para hablar con el General Arellano a Iquique. No lo ubicó; pero con la persona que lo atendió, le dejó el siguiente encargo: “Que el General Arellano no haga absolutamente nada y que regrese mañana a primera hora a Santiago y llegando, que vaya a hablar conmigo”. Posteriormente, continuó su viaje a Santiago.
Dejo constancia que con fecha 31 de octubre de 1973, recibí de la COFFA (Comando de las Fuerzas Armadas), organismo que no conocía, pero que consideré dependiente el Ministerio de la Defensa Nacional, en que me pedía le informara el número y nómina de los ejecutados dentro de mi zona jurisdiccional. Hice la relación por separado de Copiapó, Antofagasta y Calama, en la siguiente forma:
1. Copiapó:
* Por resolución del Comandante de Copiapó; 3.
* Por el delegado del Comandante en Jefe del Ejército (General Arellano); 13.
2. Antofagasta:
* Por resolución del Comandante en Jefe de Antofagasta; 4.
* Por el delegado del Comandante en Jefe del Ejército (General Arellano), 14.
3. Calama:
* Por resolución del Comandante del Loa; 3
* Por el delegado del Comandante en Jefe del Ejército (General Arellano), 26.
En vista de lo anterior, fui citado por el Comandante en Jefe del Ejército para el día 1° de noviembre de 1973, llevando los sumarios de los ejecutados en mi zona jurisdiccional. Los que llevé con una nómina, conforme al esquema estipulado anteriormente.
En esa reunión el Comandante en Jefe del Ejército, junto con recibirme los sumarios con el oficio conductor, me hizo entrega de una carta del abogado de la familia de Eugenio Ruiz-Tagle Orrego, Sr. Gastón Cruzat Paul, en que le reclamaba por la muerte de su defendido y censuraba la actitud del Auditor de la División, Teniente Coronel de Justicia, Marcos Herrera Aracena.
En dicha oportunidad, por los hechos perpetrados a mis espaldas, le reiteré que me relevara de mi cargo tanto de Antofagasta como del Ejército, por no poder hacerme partícipe de ellos, ni ante el país, ni ante el Ejército, ni ante mi familia.
No obtuve respuesta de mi petición y me ordenó que regresara a Antofagasta.
En la noche de ese día, llegó al lugar donde me alojaba, el ayudante del Señor Comandante en Jefe del Ejército, Coronel Enrique Morel Donoso, con el oficio conductor de los sumarios que le entregué, transmitiéndome la orden del Sr. Comandante en Jefe del Ejército en el sentido de que en el oficio conductor, no debía especificarse lo obrado por el General Arellano, haciéndose sólo una lista general.
Al día siguiente concurrí a la oficina del Señor Comandante en Jefe, (entonces en el edificio Diego Portales), en donde había un funcionario que rehizo el oficio conductor, conforme lo ordenado por el Comandante en jefe del Ejército. Después de hacerle entrega de lo ordenado, debí regresar a Antofagasta a hacerme cargo de mi puesto.
En febrero de 1974, fui trasladado a Santiago, y después de 8 meses fui llamado a retiro del Ejército.
Es todo cuanto puedo declarar
Joaquín Lagos Osorio (firma)
Autorizó la firma de don Joaquín Lagos Osorio, cédula de identidad N° 1. 420.414-8 de Santiago, hoy 3 de julio de 1986
Humberto Quezada Moreno (firmado) Notario Público. Santiago. Chile.
*Fuente: El Mostrador, 26 de Enero de 2001.
Joaquín Lagos Osorio