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Martes 16 de Abril del 2024 13:30

La calma que aún no ha llegado, o del necesario sindicalismo

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sindicalismoPara nadie es una novedad que el entorno de los trabajadores chilenos está marcado por la creciente desigualdad económica. Pese al crecimiento económico sostenido  de  Chile  en  un 6% anual en promedio, y a ser una de las economías actualmente  más robustas de América Latina, la distribución de los ingresos del país es la más desigual de todos las  naciones que  conforman  la  Organización  para  la  Cooperación  y el Desarrollo  Económico  (OCDE). En Chile, y sólo en Chile, el 1 % de las personas  con mayores ingresos concentra más del 30 % de los ingresos totales, muy superior a otros países en los cuales se  hizo  la  medición,  tales  como  Suecia  (9,1%),  España  (10,4%),  Canadá  (14,7%),  o  incluso Estados  Unidos  (21%),  uno  de  los  países  más  desiguales   del  mundo  occidental.   (Fuente: Fundación Sol).

Así, no es de extrañar que los beneficios de esta mayor eficiencia económica del país eluda a casi toda la clase trabajadora  y la clase media. El actual modelo de mercado  de Chile posee políticas  explícitamente  diseñadas  para trasladar  cada vez más riqueza a los más ricos, con un empresariado   que   ha   logrado   establecer   que   sus   intereses   son   preponderantes   para   el “crecimiento”  del país y que las medidas asociadas  con la condiciones  laborales, salariales  y de calidad de vida se consideran obstáculos para la prosperidad.

Como contraparte, Los Sindicatos, quienes históricamente eran los llamados a velar por los derechos  laborales  de  la  comunidad   y  representar   al movimiento   laboral  en  sus  intereses, enfrentan actualmente una grave crisis de representatividad.  El promedio de sindicalización  de los países miembros de la OCDE alcanza al 18,1 %, en cambio en Chile llega al 11%. En Noruega, uno de los países más desarrollados  del mundo, la sindicalización  alcanza al 70 % de su fuerza laboral,  mientras  que  Suecia  posee  un  68  %  de  sindicalizados.  La  negativa  percepción  de  la sociedad chilena hacia estas organizaciones se debe principalmente a que representan demandas que escapan a su real capacidad de negociación, por preocuparse  de aspectos que no afectan a los trabajadores  en vez de los temas que más los apremian  como estabilidad  laboral y mejoras salariales,   y  por  el  descrédito   en  que  han  caído  algunos  dirigentes,   por  nombrar  algunos argumentos que al parecer de la gente son los que pesan a la hora de apoyar o no un sindicato.

Pero las razones de fondo de esta de crisis de representatividad,  que cuesta ver a simple vista,  es  que  en  los  últimos  años  este  sector  ha  sido  desmantelado,  por  tratarse  de  un  Ente Indeseado  para los intereses  de unos pocos, de ese 1% que se lleva gran parte de la torta. La globalización  actúa como fuerza para deprimir los salarios y prestaciones,  y pone en jaque a los sindicatos. Cuando los empresarios se sientan a la mesa de negociación, señalan que tienen dos opciones:  reducir  las  condiciones  laborales  para  mantener  la planta  productiva  o trasladar  sus actividades  a otro lugar, que les brinde los beneficios  que a ellos, y solo a ellos les favorezcan. Cada vez que los sindicatos, o las comunidades,  insisten en defender sus conquistas laborales y su calidad de vida, los dueños señalan que no es económicamente  factible, nada personal, sólo negocio. Por lo tanto, la negociación  acaba siendo sobre unas cuántas concesiones  a cambio de unos cuántos empleos.

Es más, hoy en día la precariedad incentivada en la contratación ha conseguido su objetivo: tener  trabajo  deja  de ser un derecho  y se convierte  en un privilegio,  de tal forma  que  apenas reparamos en las condiciones en las que lo realizamos. Cuando lo importante es tener trabajo, sea cual sea, sea como sea, ¿por qué detenernos  a mirar el salario, la seguridad  del trabajador,  su protección y su estabilidad? Nos olvidamos de que tan importante como tener trabajo es que este sea digno, que dignifique al que lo ejerce, que lo ayude a emanciparse.

Lo cierto es que, lamentablemente,  gran parte de los trabajadores ha perdido su conciencia de clase. El joven que trabaja en la tienda de Retail, el independiente  que hace malabares  para llegar a fin de mes, el Ingeniero subcontratado por una PYME, el desempleado recién titulado o el profesional  de  una  compañía  minera  no  se  siente  parte  de  un  colectivo  de  trabajadores.  Los sindicatos han dejado de ser referencia de lucha y de defensa de los intereses del trabajador para una gran parte de la sociedad.  Porque lo que realmente  se desea es que desaparezca  la lucha sindical,  con ella la lucha  por los derechos  de los trabajadores,  y ya que estamos  en eso, los derechos en sí mismos. Darwinismo económico.

Si como empleado  o trabajador  no se sienten representados  en las estructuras  sindicales vigentes  el ciudadano  irá perdiendo  poder  de influencia  en esta post-democracia  en la que, de forma  cada  vez  más  evidente,  la soberanía  le es  arrebatada  para  ser  ejercida  por  oligarquías financieras  y empresariales.  Pertenecer  a un sindicato  no nos hace subversivos,  ni desleales,  ni pro o anti empresa, es un derecho que esta en la constitución  chilena y debe ser ejercido como cualquier otro, romper ese paradigma es nuestra obligación  como  empleados  de  cualquier empresa en nuestro país.

El nuevo desafío para los sindicatos es demostrar  que son capaces  de representar  los intereses  y  demandas  de  los  trabajadores  en esta coyuntura.  Las temas  de las estrategias  a desarrollar, de cómo asignar los recursos financieros   y   humanos   disponibles,   y   cómo actuar   de   manera   efectiva   y   simultánea   a escalas  local  y  global,  son  los  objetivos  que deben plantearse. Así, hay dos prioridades inmediatas para rescatar el movimiento  sindical: convocar   al   amplio   segmento   (90%)   de   los trabajadores  no  sindicalizados  y  recuperar  poder  como decisivo  actor  económico  y,  a  la  vez, cambiar la dinámica política actual.

Desencantados  por  la  forma  en  que  algunas  empresas  llevan  su  trato  con  el empleado profesional,  surgen nuevas figuras de responder.  Una es esta, la formación  hace ya un año del Primer Sindicato de Supervisores  de la Minería Privada en Chile. Esta nueva figura es novedosa en fondo y contenido y en cuyas propuestas convergen las esperanzas y el ansia de cambio de un porcentaje de trabajadores eternamente excluido de las reivindicaciones laborales. Las responsabilidades  de estas nueva figura son muy grandes,  no sólo y fundamentalmente  porque tienen  que  dar  respuesta   a  las  exigencias   de  un  grupo  de  trabajadores   en  gran  medida responsable de otros trabajadores, sino porque tienen que aportar credibilidad a sus propias aspiraciones  profesionales.  Cómo  digo las responsabilidades  son muy grandes,  tanto  como  las expectativas,  por eso son necesarios  cambios  estructurales  y de aceptación  que recuperen  una mirada  a largo  plazo,  que  generen  un  bienestar  estable  tanto  para  la empresa  como  para  los Supervisores.

Para  el caso  de  nuestra  organización,  si bien  suena  como  un  verdadero  hito,  y por  las razones ya mencionadas, esta figura no ha sido para nada aceptada, nuestra existencia no ha sido la más tranquila. Me imagino que la de cualquier sindicato en Chile tampoco. Hemos sido resistidos por cada cosa que hacemos, incluso en nuestra propia existencia por la mismísima Inspección de trabajo. Pero ya ha pasado más de un año y la calma aún no ha llegado. Creemos que la palabra GRAN  MINERIA  tiene  mucho  que  ver  hacia  nuestra  oposición,  repito,  por  las  razones  ya mencionadas. Pero aquí estamos. Y no es poco. No lo es.

La formación de este movimiento no es la crisis del sistema organizacional  de la compañía Minera  en  sí,  como  muchos  imaginan:  es  la  concepción  errónea  por  parte  de  la  plana  mayor basada en la poca consideración con el mando medio. Para la obtención de los planes productivos,han sido válidos todos los medios. Esta búsqueda de la excelencia operacional no ha sido llevada adelante para todos, como empresa, como verdadero  personal de confianza; no se ha trabajado con  un  sentimiento  leal  y  de  fidelidad  a  la  supervisión.  No,  desgraciadamente  esto  parece  la estampida  que sigue a un terremoto  donde  en medio  del caos se salva solo el que puede.  Es innegable  que  las  empresas  ha  crecido  llevando  como  meta  la  conquista,  donde  tener  poder significa imponerse y la disconformidad llego al supervisor que siempre tuvo que soportar y esperar por todo.

Muchos  afirmaron  que  lo  mejor  es  no  involucrarse,  porque  los  ideales  finalmente  son envilecidos   como   esos   amores   platónicos   que  parecen   ensuciarse   con   la   encarnación. Probablemente  algo de eso sea cierto, pero las desigualdades  laborales  presentes  reclaman  su resolución. Aún así, no entendemos las reticencias de algunos compañeros de profesión a la hora de  definirse  como  socios,  siendo  ya  seguidores  del  sindicato.  Y  nos  sorprende  el  empeño  de algunos en distanciar o diferenciar al profesional que se encuentra o no dentro de la organización. Definirse ideológicamente  en un objetivo común no es ni bueno ni malo. Forma parte de la ética profesional y es natural que así sea. Si laboras para mejorar tu lugar de trabajo, ¿cómo no hacerlo a la necesidad  de mejorar el mundo que te toca vivir, ante la visión de una realidad poco justa, desigual?  Y nosotros  miramos  la realidad y formulamos  el deseo de una empresa  más justa en función de la estructura ideológica con que sustenta su ética y su condición de sostenedor de todos sus integrantes.

Con lo que se está diciendo. ¿Es reprobable decir que se deben definir a favor del objetivo común?   Más   bien   nos   parece   urgente.   No  creemos   que   todo   supervisor   tenga   que   ser comprometido ideológicamente.  Simplemente decimos que si lo es, bienvenido sea. El prejuicio en torno  a  que  un  profesional  quiera  ser  parte  de  nuestro  sindicato  que  lo  estigmatiza  como subversivo y desleal es el mismo que distancia a la gente de una forma de vivir en una sociedad mas justa. Es lo mismo que distancia a la gente del debate político.

Seguir sus ideales no los convierte en enemigos de su empresa, sino que todo lo contrario, los eleva al estatus  de verdaderos  profesionales.  Somos  lo que somos.  Y arrastramos  dudas y complejos  porque  la  orfandad  de  algunos  colegas  nos  desampara  ante  un  ambiente  cruel  y vertiginoso.  Sólo  pretendemos  hacer  de nuestro  lugar  de trabajo  un sitio  mas  amable  que nos ayude a sentirnos  acompañados,  que se generen  espacios  de encuentro  para que entendamos que no estamos solos. Para que entendamos que lo que se logre será para todos.

Creo  en la posibilidad  de una sociedad  mejor  por una mera  cuestión  de sentido  común. Aunque sólo sea apelando  al instinto de conservación  de la especie tenemos  que entender  que debemos  reorientar  el  rumbo  de  un  modelo  social  y  económico  que  no  da  respuestas  a  las necesidades reales de la mayor parte de los seres humanos.  Es probable  que sintiendo  que el sistema,  que  el  modelo  no  se  compromete  con  nosotros,  no atiende  a  nuestras  necesidades, nosotros dejemos de comprometernos  con él. Es también probable que entendamos que estamos solos en el cuestionamiento de ese modelo, porque somos incapaces de poner en común nuestras preguntas, nuestras dudas y ni que decir nuestra propuesta. Y quizá sea eso lo que buscamos, esa última llamada como seres humanos desde la certeza de que otro mundo mejor no sólo es posible y necesario, sino también inevitable. En palabras simples y para nuestros efectos, después de la tormenta siempre llega la calma. La calma que vendrá. La calma que aun no ha llegado.

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