La historia real es conocida: en diciembre del año pasado, la ex esposa de Benjamín Vicuña, conocida como Pampita, afirmó que había encontrado a su marido en plena relación con Eugenia Suárez, alias la China.
La historia cinematográfica es casi igual: el enólogo (Vicuña) conoce en el aeropuerto a una infartante aeromoza argentina (Suárez) y el flechazo es fulminante: le roba un beso en el avión, intercambian datos mínimos sobre sus vidas y quedan de acuerdo en encontrarse apenas aterricen. Pero un procedimiento policial engorroso los separa y no se vuelven a ver hasta siete años más tarde. Cuando lo hacen, renace de inmediato la pasión y ambos –ya casados y con hijos- se embarcan en un romance prohibido.
El resultado: una película que apenas estrenada ha llenado las salas con espectadores adictos a las telenovelas, pero que en materia de cine deja harto que desear. Porque se trata de un producto típico de las coproducciones mal entendidas, ésas que mezclan actores de distintas nacionalidades y están obligadas a hacer algo de turismo, sin ahondar demasiado en los personajes, ni en sus motivaciones ni menos en sus consecuencias.
El hilo rojo en su título alude a una leyenda que plantea que existe una ligazón invisible e indisoluble entre algunas personas, pase lo que pase, lo que supone algo inevitable: hagan lo que hagan, sus vidas estarán entrelazadas.
El problema es que se trata de una película hecha pensando en la taquilla. Y esto hace suponer que todo está prefabricado: hay que sacarle el máximo de jugo al idilio mediático entre Vicuña y la hermosa ‘China’ Suárez.
La directora de este filme es Daniela Goggi, que antes dirigió la muy interesante Abzurdah, pero ahora parece un poco enredada en este drama romántico que avanza a tropiezos y que solo nos ofrece dos placeres culpables: conocer los tatuajes de la actriz (que se encarga de promoverlos apenas comienza el filme) y pasear por la fascinante Cartagena de Indias, que sale favorecida con la turística secuencia que le dedica la realizadora.
La historia puede resultar fascinante para los amantes de los escándalos o las telenovelas subidas de tono (hay dos escenas de sexo donde la actriz muestra mucho y Vicuña nada, obvio), pero su guión es endeble por lo conocido y muchas veces visto antes con mejores resultados: es la historia de dos jóvenes que se enamoran a primera vista después de un beso arriba del avión y que años más tarde se reencuentran, pero cada uno tiene pareja e hijos.
Y ahí termina todo. Porque lo obvio se instala. Podría haberse erigido como un drama rotundo o una historia de amor desaforada, pero no sucede eso y lo malo es que se evidencia el deseo de sacar provecho solamente de los detalles externos, la belleza de los actores y el paisaje.
En el cine hay muchos casos en que situaciones personales se hacen públicas y eso despierta el morbo del público, especialmente cuando se transforman en películas. Hay casos terribles, como lo sucedido con el actor que hacía de Pee-wee Herman: popular en el cine infantil, lo descubrieron semidesnudo en una película porno y eso acabó con su carrera.
Hay otros casos más notables: desde Humphrey Bogart-Lauren Bacall hasta Angelina Jolie-Brad Pitt, pasando por Penélope Cruz y Javier Bardem y Tom Cruise-Nicole Kidman, sus películas han sacado chispas en la taquilla.
Pero eso no decide el valor de una película. Eso es taquilla, morbo o periodismo rosa, como quiera definirse. Pero la gente está ansiosa por ver esos dramones y los números positivos son los que mandan.
Lo que queda: una película mediocre inflada por el muy publicitado affaire entre Benjamín Vicuña y Eugenia Suárez que, de no ser por ese detalle, habría pasado sin pena ni gloria entre los estrenos de la temporada. Pero ya se sabe, el morbo siempre vende.