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Miércoles 24 de Abril del 2024 18:44

De Pétalos y Diamantes

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Juan Pablo Rudolffi Ugarte
Juan Pablo Rudolffi Ugarte
Nacido el 20 de Diciembre de 1990 en el campamento minero de Chuquicamata, de entre un menjunje de padres y madres. Nieto de salitreros, pobres italianos, peruanos y alcohólicos, torturados políticos y profesores normalistas chilenos. Su primera publicación, en el netlabel www.cumshorecords.cl, ocurre siendo aún estudiante secundario (2008). Algunas de sus obras más destacadas son: "Recolección inhumana", "Pupilas tristes", "ausencia y otros relatos etílicos" y "Tierno resplandor" (2011). En el año 2009 inicia sus estudios de Licenciatura en Artes Visuales, en la Universidad Arcis, que sirvieron para la inspiración de la novela “Tierno Resplandor”. Actualmente escribe la Crónica Literaria del Domingo en el Diario de Antofagasta.

De Pétalos y Diamantes (Confesiones- Tormenta en Tocopilla)

Y cuando el sentido revelador me llegó de choque y perdí la cabeza en un viaje a 200 kilómetros por hora, carretera Norte, sol en los ojos, comprendí, y más aún recomprando que no teníamos una cama si no que muchas camas, porque últimamente lo único que sabíamos hacer bien era traspasar ciertos kilómetros en una carretera y mantenernos la mayor cantidad de tiempo lejos del hogar, pero este día ya me volvía para la casa y ella esperaría un bus al día siguiente y pasaría mirando a su derecha el espeso mar que tocaría sus hombros hechos de una columna de piedras filosas que cortan los lobos y las machas y toda la vegetación y la animalía terrible de la melancólica costa chilena.

 

Pero puedo seguir contando que habitualmente nos abrazamos y sentir su alma saliendo tibia desde las fosas nasales era algo realmente reconfortante y las bruscas peleas al alero de ese siempre fétido sentido de gozo a la perversión, donde la perturbaba poniéndola a prueba todos los días y así con  ese misterio no podía pedir justicia, ¡todo le di, todo le doy! // .(“mi nombre es soledad señor, tristeza y ansiedad”) cae a mí para mis cuestionarios terribles donde nunca tuviste la razón, sin embargo, al verle caer en la locura salté como un león a estallar con mi beso la flor de aliento y luego baje tanto que nada fue prohibido, ni siquiera mi pesar diabólico, descompuesto de mi cesantía querida, ni nada, ni nadie, ni todos, ni todas, porque no se discute, no se mira a otro lugar, no se prohíbe.

En los bares o viejas casonas donde me detenía a beber ella siempre observaba con ese tono de complicidad la humeara perdida de esas almas que dejamos botadas cuando descubrimos que no nos servían más y solo trenzamos los dedos en una bruma infinita alumbrada por una pequeña linterna que no dejaba de gotear, y los gritos y los impedimentos se apoderaron de esa cabeza loca que aseguraba asesinar al primer tipo que le tocara y allí empezaron los gritos aún en esa bruma que pasaba por un cuarto de 2 por 2 donde no había más que nosotros dos, en la dualidad infinita de la galaxia, y ella caía en llanto y yo posaba mi dedo bajo su ojo para probar el salado de su lágrima, entonces dejaba de sufrir y la pelea terminaba en un alarido y en mi oído ella exclamaba un gemido que solo pude subtitular después de la imaginación “bésame, bésame mucho, como si fuese esta noche la última vez” a lo que respondía con mi brusca caída y definiéndome nuevamente concentraba mi mirada en la suya agarrando de su pelo la atmósfera gris de una cama desecha llovida por la torrencialidad de estos cuerpos en movimiento.

Algunos días yo la sorprendí con uno que otro regalo traído del submundo, yo pedía pisco y ella ruso blanco, como si fuese este mundo un solo día, la plata nos importaba pero siempre estábamos a tiempo de quemarla en nuestra condición extendida, los besos en las calles eran el motor eterno donde los niños juegan a la pelota y empiezas a contar las hileras de cajas de pastillas vacías echas para evitar la concepción y es entonces más grande el número de las almas asesinadas, que jamás ella tendría que parir, pues de seguro me enfadaría con la noticia de un hijo, porque aún no me sorprende la condición del mundo, pero aún con todo eso y con lo triste que me pondría condenar a un tipo creado por mí  a vivir los tormentos de esta vida nos vieron hablando a mí y a Fernanda acerca de aquello, niños y niñas, pequeños, solo bromas y disparates, nada se concretiza porque estamos inválidos.

El día en que las olas se saldrían corrí desesperado manchándome los ojos y mis pensamientos estaban en ella, en el lugar donde ella existió, donde ella abrazo los puentes de nilón encaramándose en cada cigarrillo que dejamos marchitar, ¡el mar jamás salió! , Y en lugar de eso salió el viento y la triste costa tocopillana quedó en penumbras.

Un día, cuando me intoxiqué en una trilogía de pétalos y diamantes, mezclado todo con las fotografías y la distancia, las pastillas y los sorbos que nacían echas para mí, sentí desvanecer mi moral y me juré solitario, en el deseo más macabro de la incomprensión, queriendo ser una piedra asesina, navaja de fin de mes, trepé por los techos del vecindario completamente perdido, sucio y desnudo, y volvía a mí la cama y el olor de esa oscura Tocopilla, donde el diablo sale a las 5 a abrir el comercio de ese centro en sangre, corrían la cama en un movimiento circular y un par de finas manos, blancas como la coca, apretaron mis costillas y arrastrando me lanzaron a un mar, mar que luego comprendí en diminuta tempestad, como la ducha de mi casa y ni siquiera estaba en Tocopilla, ella mojo mi cuerpo entero y lo froto con el jabón, luego me movió hasta la cama donde abrazó mi desnudez y así poniendo su condición en mi dominio beso mis ojos y apago la luz.

Entonces comprendí que me amaba con la firmeza de una caza en temporada, me amaba y que más podría hacer yo, pasarme la vida en la quietud de la angustia escribiendo las hazañas de un par de vidas comunes.

-¿a qué no recuerdas nada de lo de ayer?

– da lo mismo cariño, los sueños contados no se hacen nunca realidad.

Fernanda sonríe y vuelve a dormir.

pipi

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