El esperado retorno del director M. Night Shyamalan a ese universo que le es propio: el cruce entre lo sobrenatural y el thriller, realizado con pocos recursos pero mucha inspiración.
Luego de caídas fuertes y de títulos indignos, el creador de “El sexto sentido” recupera su estilo y elabora un enervante filme donde se da el lujo de hacer hasta una auto referencia en el plano final de esta película que nos devuelve la fe en el talento de este creador.
De paso, asistimos al nacimiento de un villano icónico con 23 personalidades que, de seguro, se instalará en la galería de los personajes perversos por derecho propio en el mundo del cine.
Luego de una serie de tropiezos y bochornos, M. Night Shyamalan, el director que se consagró tempranamente con ‘Sexto sentido’, parece estar en franca recuperación de lo que alguna vez fue su estilo. Al menos su última película, ‘Fragmentado’ (Split, Estados Unidos, 2016) ha sido recibida con beneplácito por el público y la crítica especializada que ha destacado el clima angustiante y atrapante que desarrolla en este filme acerca de un individuo con personalidades múltiples-
Shyamalan irrumpió en 1999 con la estupenda ‘Sexto sentido’ y de inmediato todos pensaron que se convertiría en el director por excelencia del género sobrenatural, que además se permitía cierta estilización y alardes intelectuales dentro de su generación. Pero, muy pronto, y solo con excepción de la excelente película ‘El protegido’ y la sorpresiva ‘Señales’, el resto de su filmografía fue dando tumbos y cayendo en el desprecio muy pronto hasta tocar fondo con la extraña “La dama en el agua” (2006).
Pero, cual ave Fénix, su carrera parece remontar nuevamente. Esto partió con una película pequeña, barata y casi desconocida, ‘Los huéspedes’ (2015) y se consolida con ‘Fragmentado’, en donde es más que evidente su dominio de los elementos esenciales del cine –montaje, tiempo, tratamiento del color y dirección de actores- lo que permite asegurar (esperamos) que su obra fílmica ha logrado encontrar su cauce.
Lo primero que llama la atención de este nuevo filme es su forma narrativa, que parte de modo abrupto y alcanza un primer clímax antes de los créditos. En apenas unos pocos minutos, el espectador se enfrenta de lleno con un individuo cuya estructura se ha dividido hasta alcanzar veintitrés siniestras personalidades. En la primera escena el protagonista secuestra a tres adolescentes, llevándolas a un lugar semi abandonado que significará una sorpresa hacia el final de la película.
Estas jóvenes y una psiquiatra que aparece en el relato (la gran actriz Betty Buckley), son prácticamente las únicas que se ven durante las casi dos horas de metraje de ‘Fragmentado’ y deberán, cada una a su manera, tratar de luchar con las diferentes personalidades de este sujeto enigmático que las mantiene cautivas sin una razón clara.
Con la interpretación de James McAvoy -en un notable trabajo actoral que nada tiene que envidiar al Hannibal Lecter de ‘El silencio de los inocentes’-, gran parte de la película se sostiene en este tour-de-force que desarrolla el actor, encarnando a un individuo que tiene un profundo trastorno de identidad disociativo porque en su interior conviven personalidades absolutamente diferentes: violentas, psicopáticas, dóciles e incluyendo adultos, niños y personalidades masculinas y femeninas.
Desde luego que el filme no es una obra maestra en su género –tiene por ahí algunos trazos gruesos o ciertas licencias en el modo de presentar y tratar de justificar las razones de los personajes, sobre todo en el trauma de una de las adolescentes secuestradas que no está del todo logrado- pero en su conjunto es un filme apasionante que debe verse con absoluto cuidado, muy bien interpretado y que despliega más de un alarde técnico (como un magnífico travelling por unos pasillos laberínticos) que se agradece.
Pero, lo más importante es la recuperación de Night Shyamalan que regresa en gloria y majestad a los terrenos que le eran propios en sus comienzos: la inquietud, el agobio, lo sobrenatural y una exquisita puesta en imágenes donde destaca el uso del color como elemento dramático y el manejo actoral que destaca. Y de paso, para los cinéfilos muy atentos, la escena final es un auto homenaje que se brinda el director de manera insólita que muchos deberán tratar de entender en todo su alcance. Buena.