El vigor del cine argentino se ha visto robustecido por dos hechos bien puntuales: el reconocimiento internacional que han tenido algunas películas de esa nacionalidad, Óscar incluido, y la alianza con otros países, en especial con España.
Esto ha logrado el financiamiento de muchas películas comerciales, sobre todo de entretenimiento que, con altibajos, ha permitido que la presencia de esa cinematografía se haya potenciado, en especial en una cartelera donde se deben codear con los grandes estrenos estadounidenses.
Un claro ejemplo de lo anterior lo constituye ‘Al final del túnel’ –una película regular, un tanto inflada por la publicidad- que en lo técnico mantiene ese estándar de calidad que caracteriza al cine transandino, pero que de ninguna manera tiene el poder de un filme como ‘El secreto de sus ojos’, por ejemplo, que sigue siendo un referente demasiado alto de superar considerando su calidad e inteligencia como relato.
Pero el sistema de coproducción con España ha ayudado, eso sí, para que muchas películas pudieran acceder a tener cabida en la cartelera y rompieran records de taquilla y cierto apoyo crítico.
Un hecho curioso o acaso una casualidad resulta el hecho de que los últimos estrenos argentino/españoles, como éste, combinan varios elementos de otras películas que antes demostraron efectividad en las salas.
‘Al final del túnel’ (2016) es el tercer largometraje del guionista y director Rodrigo Grande gira y gira alrededor del robo a un banco (lo mismo que se verá en otra reciente 100 años de perdón (2016) de Daniel Calparsoro). El núcleo de la historia es el conjunto de los métodos para robar bancos, vulnerando su seguridad ingresando mediante túneles subterráneos, generando con ello un clima opresivo y claustrofóbico.
El protagonista de esta película es un hombre atormentado por su pasado, que trata de imponer su propia noción de justicia. Será este individuo el personaje clave en este mundo laberíntico, donde cada túnel, cada metro avanzado y cada jugada resultan parte de un juego de tensión contra el tiempo.
Leonardo Sbaraglia interpreta a Joaquín, un hombre en silla de ruedas que vive aislado, acostumbrado a la soledad de su mansión, teniendo como única compañía su anciano perro Casimiro, que apenas puede levantarse para comer. Su rutina diaria se verá interrumpida por la llegada de Berta (la española Clara Lagore), que viene acompañada de su hija Betty, aparentemente autista, para alquilar una habitación.
La mujer tiene un carácter extrovertido, es seductora y amable y choca desde el comienzo con la parquedad del protagonista y su más que evidente depresión y lentamente la relación de ambos comenzará a derivar a una atracción peligrosa.
Pero como se trata de un thriller policial, las apariencias engañan.
Pronto nos enteramos de datos no menores: Berta es la novia de Galaretto (Pablo Echarri), el jefe de una banda de ladrones de bancos al servicio de un corrupto comisario (Federico Luppi) y claro, ambos tienen un plan bien concreto: ingresar a la caja fuerte a través de un túnel que pasa directamente por debajo de la casa, mientras que Berta se encarga de controlar los movimientos desde arriba.
Las cosas comienzan a complicarse porque Joaquín intentará sabotearlos para llevarse una parte del botín y el tema, frío y calculador, se sale del curso normal y comenzará un intenso juego del gato y el ratón.
El filme sigue al pie de la letra las convenciones del género denominado como thriller, aprovechando de este modo que a medida que transcurre el relato vayan apareciendo revelaciones interesantes, todo lo cual atrapa al espectador hasta el final.
Es cierto que el clima es opresivo, hay cuidado en la factura y las actuaciones son interesantes, pero el resultado no termina siendo óptimo porque gran parte de la primera mitad de la película hay una sensación de apresuramiento en la introducción de cada personaje y el desarrollo de la acción se hace un tanto reiterativo solamente para acelerar la presentación del conflicto.
De modo sorpresivo, esto cambia completamente durante la segunda parte del filme y la trama aumenta su ritmo, se genera una buena cuota de tensión, dejando de lado cualquier explicación de sobra, haciendo que aflore el tema básico: el robo, el túnel, la oscuridad y el duelo entre los personajes.
Sobresale de este conjunto el trabajo actoral de Sbaraglia porque su personaje requiere un notable esfuerzo físico haciendo que su protagonismo se imponga.
‘Al final del túnel’ adolece de evidentes altibajos, pero demuestra el gran estado del cine comercial argentino, la capacidad de la coproducción y lo atractivo que resulta el trabajo bien planificado, aun cuando sea con recetas ya probadas.
Queda en definitiva la sensación de estar ante un producto irregular que tenía todos los recursos para destacarse y que termina siendo un filme de suspenso que gusta, atrapa, entretiene. Pero nada más. No es poco, cierto, pero el cine argentino da para mucho, muchísimo más.