Para comenzar esta reflexión deseo indicar que mis estudios están orientados al Derecho y lamentablemente carezco de los conocimientos que tienen los profesionales u estudiantes del aérea de las pedagogías más afines a las líneas siguientes, las acotaciones se realizan como estudiante ( agente del sistema de educación chileno).
De la lectura a una entrevista formulada al Señor Carlos Peña, ex miembro del Consejo Asesor Presidencial para la Calidad de la Educación, formado bajo el gobierno de la ex presidenta Michelle Bachelet y actual rector de la Universidad Diego Portales, sobre la realidad de la educación en Chile, he podido asimilar el olvido en que nuestro país ha incurrido sobre un tópico fundamental que necesariamente debe guiar la discusión nacional, me refiero a la respuesta a la pregunta que desde el siglo XIX se han planteado los sistemas de enseñanza ¿cuál es la finalidad de la educación?
Las respuestas a tal interrogante pueden ser las siguientes: Educamos para generar un capital humano básico y suficiente para dar cumplimiento a las necesidades inmediatas de una sociedad, y en ese sentido se suelen utilizar las palabras “eficiencia” y ” rendimiento” , o por el contrario educamos en consideración a otras proyecciones, algunas de las cuales deseo vislumbrar en las líneas siguientes.
Actualmente existe una conciencia generalizada de que los recursos y el financiamiento para la educación es precario e insuficiente, y que por supuesto no existen reglas claras y justa para universidades públicas y privadas, entre otros aspectos. Dentro de este contexto de exigencias y demandas, el objetivo de la educación ha ido perdiendo su rol fundamental, quizás por formar parte de un conglomerado de ideas, sin embargo, su importancia es crucial al momento de hablar sobre reformas y cambios, como ejemplo basta con elaborar un caso hipotético en donde todos los problemas de financiamiento encuentran una pronta solución, con ese nuevo escenario queda aún la pregunta ¿ el sistema de educación en Chile, sería mejor?
La respuesta es que no, mientras aún ronde en la sociedad la disyuntiva en torno a la finalidad de la educación que se imparte a niños y jóvenes, en efecto, un país que aspira al desarrollo debe tener claro en primer término que generaciones de profesionales desea formar, así el sistema de enseñanza actual se construye exclusivamente sobre la base de la adquisición de conocimientos en oposición al desarrollo de habilidades y competencias. La diferencias entre uno y otros distan en que las últimas contribuyen a que el estudiante junto con captar un conjunto de información que abunda hoy en día pueda también asimilar, seleccionar y clasificar el material otorgado, rescatando lo esencial para su formación, con ello el alumno será capaz no sólo de repetir sistemáticamente los conocimientos sino que también se encontrará apto para criticar, relacionar y solucionar problemas.
Dentro de este contexto y rescatando algunas ideas que han surgido en la comisión de estudio sobre financiamiento de la educación pública, compuesta por las carreras de Ingeniería y Derecho de la Universidad de Antofagasta y en la cual he tenido el privilegio de participar, y según lo señalado por un profesor de la primera carrera mencionada, el segundo elemento que debe sustentar todo sistema de enseñanza es la investigación científica de primer nivel, ella contribuye en que el estudiante al momento de terminar sus estudios universitarios e insertarse en el campo laboral, no se dedique sólo a buscar trabajo, sino que pueda generar su propia fuente laboral, lo que incide directamente en el desarrollo económico regional y nacional.
Pero si analizamos la estructura curricular actual podemos concluir que nuestro sistema de educación carece de una orientación destinada a los dos aspectos señalados precedentemente, por el contrario, los elementos centrales son la calificación por sobre la evaluación, la adquisición del conocimiento, por sobre la asimilación y elección del mismo, entre otras falencias. Por ello, mientras no exista una claro idea sobre la orientación que debe tener un sistema de educación difícilmente se puede pensar en una transformación sustancial del mismo.
Aunque este panorama sea desolador, no dudo en que el trabajo de las personas dedicadas al ámbito de la enseñaza será el mejor farol que pueda guiar una futura reforma, sólo hacen falta algunos aspectos necesarios en el debate, tales como: Rescatar un consenso nacional sobre la postura que debe tener Chile frente a la interrogante central de esta reflexión, un cambio de generaciones en el ámbito profesional de la enseñanza y la capacitación de los profesores, una mayor participación y compromiso con la educación desde los ciudadanos mismos, y sobretodo que las propuestas formuladas por la comunidad reconozcan un espacio en las comisiones técnicas, cuyo trabajo serio y responsable debe orientarse en la construcción de un nuevo porvenir en materia de educación, pero que la decisión y votación de ese porvenir se realice con verdadera incidencia social, por cuanto, los actores principales de la educación- profesores, alumnos y padres- tienen mucho que decir y acotar.
La realidad actual parece indicar que Chile demanda y necesita una enseñanza orientada a la educación cívica, sentido común, vocación, poder de análisis, conciencia del medio y de sí mismo, poder de elección, mérito e igualdad de oportunidades.
Entonces ¿los gobiernos estarán dispuestos a trabajar por concretar ese horizonte?. Sin duda que el Estado tiene una deuda pendiente, y mientras los gobiernos sigan buscando proyección disímiles a los ciudadanos al momento de delimitar los fines de la educación, estos últimos continuarán exigiendo un nuevo sistema que tenga como pilares: El saber ser, saber hacer y saber. Para formar con ello hombres y mujeres comprometidos con el contexto social y nacional, intelectualmente activos, cultos y sanos, anhelos que encuentran sus cimientos en el origen mismo de la noble función de enseñanza, la antigua educación griega.