Señor Director
La historia ha corrido el velo de largas y oscuras noches que la ocultaba de nuestras miradas. Fue este 4 de agosto cuando tuviera lugar la revolución de su girar renovador. Ese día despuntó con una gran herida en las conciencias, un desgarro en Chile se abrió, pues su espíritu sintió las cadenas y los murallones que reprimían su marchar, que ponían mordazas en su voz. Esa mañana fue dolorosa para el hombre que libre intentaba dar consigo mismo dentro de tantos goles y de tanto odio.
Llegar a la Alameda era el objetivo, marchar por aquella avenida el júbilo de derramar nuevamente el festejo popular, la vida y la libertad por las calles de su patria. Sin embargo, esa mañana se abrió para las conciencias como un gran dolor y la nación parecía morir entre espasmos agónicos, bajo la carrera furiosa del aparataje estatal, bajo el galope bestial del horror montado. ¡Oh, pueblo mío! Te observaba parir agonizante el corazón de una nueva era, de una vida más justa y hermosa, de la certeza en la lucha.
Esa mañana se abría una llaga en el corazón de nuestra historia. Sin embargo la historia es pura dialéctica, es pura superación de heridas en las heridas y destellos de nuevas conciencias brotando del alma viva de las llagas, en donde estas se mesclan con una ebriedad, con una lucha, con la felicidad al fin del camino.
La represión demasiado despiadada arrojada brutalmente en contra de niños termino por consumarse ese día al inflamar la conciencia del hombre libre, conciencia que se derramaba como fuego sobre las calles, conciencia que soportaba sobre sí el grito y las barricadas. Conciencia hermosa y fogosa que hizo arder la noche en la luz de sus razones históricas y morales.
Esa conciencia orgullosa de su lucha y de su libertad y de sus derechos y también, y sobre todo, esa conciencia que se estremece aun hoy al haber despertado entre leyes y constituciones de su “realidad” que no son las de su propia naturaleza, que no son las que este pueblo se diera a sí mismo, sino las que le fueran impuestas con bestialidad, con crimen en contra de su más pura dignidad, esa conciencia hermanos, en que todos somos un solo y gran pueblo, conciencia que encarnamos todos, esa conciencia es Chile y su historia, esa conciencia que ya no tolera los robos, los abusos, las cárceles, el homicidio, fue la que se tomó las calles, la orgullosa conciencia de ser libres en nuestro espíritu. Aunque la fuerza de un estado ilegitimo tratara de aplastarnos, ese histórico corazón recién nacido palpita desnudo en los ojos de todos, de los impávidos y desconcertados políticos, del joven esperanzado que avanza sin miedo y sin tranzar y del trabajador, fuente material de toda riqueza, de todo capital y fortuna, que espera emocionado, tranquilo y encorajado por el llamado moral que la historia le hará para poner su experiencia al servicio de la lucha, a ponerse en servicio de la libertad que le corresponde a él y a sus hijos, para ponerse al servicio de sí mismo y su pueblo.
Atte: Enrique Heine