Con un apabullante éxito de taquilla, es un filme que tiene asegurado el impacto y que logra en algunas de sus imágenes una gran adhesión del público -los bebés siendo ahogados en el Nilo, las plagas que se desatan en Egipto y por cierto la esperada escena de los judíos atravesando el Mar Rojo- porque se tratan de fragmentos que no se borran con facilidad y que traen de regreso el estilo acartonado, tan propio de las películas bíblicas de los años cincuenta.
Concebida como un vehículo propagandístico, este filme se deja ver en sus casi dos horas, a pesar de los ripios que tiene su narración, donde obviamente se ha debido condensar una cantidad tan grande de material dramático que, por lógica, impone a la película un ritmo bastante caótico si no se conoce en profundidad la historia que se relata en la Biblia.
La expectativa que ha generado esta película radica en el abrumador éxito de la telenovela. “Moisés y los diez mandamientos” ha sido desde su estreno en TV un fenómeno sin precedentes dentro de la televisiva brasileña, en donde logró lo que todos sueñan: conquistar a una cantidad impresionante de espectadores que se ha convertido en fanático de una historia conocida, pero que siempre seduce.
El inesperado golpe de taquilla de la serie televisiva, llevó a la cadena Record a producir rápidamente una segunda temporada de la que es la primera telenovela bíblica de Brasil.
Según el realizador, el entusiasmo que generó tanto la serie como la película se debe a que presenta esperanza para una sociedad (la carioca) que se debate en violencia y crisis internas, como un símil de ese pueblo oprimido que se libera.
El guión de Vivian Oliveira ha sabido sacar lustre a una historia que fascina de modo directo al público, donde mezcla el melodrama con la religiosidad de modo directo y sin rodeos, haciendo un retrato muy arquetípico de las hazañas de Moisés y su denodada lucha para sacar a su pueblo de la esclavitud de los egipcios.
Esto no es ciertamente “Los diez mandamientos”, del director Cecil B. De Mille, con Charlton Heston en su rol característico, sino que es un melodrama que se disfruta mejor en la pantalla chica, porque ése es su nicho: estirar las cuerdas de una emoción primaria y mezclar todo con historias secundarias atractivas.
Lo que es evidente de este filme –como también de su versión original televisiva- es el alto costo de la producción, sobre todo considerando que se trata de una teleserie hecha en Brasil que, si bien tiene una industria potente en este ámbito, no puede equipararse a los estándares de Hollywood. Y de hecho se evidencia que el grado de inversión de la productora Record es superlativo: partieron con un presupuesto de 700 mil reales (173 mil 61 dólares) por capítulo que se grabó en locaciones especiales, abarcando escenas en el mismísimo monte Sinaí, el río Nilo y el desierto de Atacama, en nuestro país, lo que incluyó la construcción de una mega ciudad escenificada como el reino egipcio.
Con todo, este filme –a diferencia de la telenovela- deja de lado el tono leve y algunas situaciones de comedia, para centrarse solamente en el aspecto dramático y apegarse a la estética de los filmes bíblicos que ya se encuentran localizados en el inconciente colectivo, tratando en todo instante de ser fiel a la Biblia.
Con diferencias sustanciales respecto de la serie televisiva (acá el narrador es Josué, años más tarde de la muerte de Moisés), se mantiene el eje dramático básico y se centra en la esperada secuencia de las plagas y en el peregrinaje de los hebreos por el desierto en busca de la Tierra Prometida, con el paso por el Mar Rojo y la lucha de Moisés con Ramsés, tratando de hacerle entender que hay un único Dios en la Tierra.
Para ser justos, el filme entretiene y mantiene ese viejo encanto de las matinés de antaño, aunque de ninguna manera signifique un aporte concreto al mundo de los espectáculos cinematográficos centrados en los relatos tradicionales de la Biblia.