Hace rato que me vengo reflexionando profundamente sobre las estructuras societales (Giddens, 2011)[1] que sostienen y reproducen una patriarcalidad que ya nos agota como género humano, algo que Sergio Sinay (2006)[2] llama “la masculinidad tóxica”, o lo que yo denomino ‘maldita masculinidad’. Estos ‘modos operandis’ los he visto, los he padecido, los he leído y comentado, inclusive anteriormente a la resurrección de los movimientos feministas acontecidos este año a nivel internacional y nacional.

En otro artículo de opinión, ya me referí a la temática de abuso de poder por parte de autoridades regionales hacia mujeres periodistas. Sin embargo, al leer in extenso la demanda de la periodista Margarita Moll en contra del Gobierno Regional[3], las notas de prensa, los dichos de algunos/as parlamentarios/as y el pronunciamiento de la ANEF, se me hizo imperioso no ser parte del ‘silencio de los/as culpables’ (título con el cual quería empezar este comentario). Dado que todo está en proceso y podría ser judicialmente rebatible, no me parece oportuno apuntar con el dedo a aquellos actores involucrados y sus cómplices pasivos en este espacio de opinión gentilmente proporcionado.

Al igual que el relato del joven M.P.C, quien presenció la muerte de Camilo Catrillanca, la historia de Margarita Moll tiene una perfecta descripción lógica operativa: ella estaría localizada en el espacio de desigualdad de condiciones de género y de ejercicio de poder. Desde los actos performativos del habla (Searle)[4], se hace creíble y defendible, puesto que sus dichos constituyen acciones narrativas ilocutivas y perlocutivas, es decir, Moll está perfectamente consciente de lo sucedido y descrito, y de las consecuencias de su denuncia. Me imagino que por eso ella estuvo tan segura de hacer la demanda.

Los aspectos analizables aquí son las ‘prácticas rutinarias’, el ‘habitus’ en Bourdieu (1977)[5] que hacen de la violencia de género acciones normativas (Foucault, 1975)[6], que son comúnmente manifestadas a través de gritos, alzamiento de la voz y descritas a través de las expresiones lingüísticas tales como: ‘fuera de contexto’, ‘exageraciones’, “ella se merecía ese trato’. Siempre he pensado que se hace tan necesario abordar la violencia de género desde un training discursivo para acabar con estos manejos comunicacionales que luego se transforman en golpes y muertes, porque son los hombres intoxicados los que violentan (Sinay, 2006: 7).

Dos simbolismos que me llamaron la atención en el relato: el abuso de poder a través de lo que yo he llamado ‘violencia epistemológica’ y el cómodo y dañino silencio. Se ejerce una violencia epistemológica cuando alguien dotado/a de una supuesta superioridad intelectual abalada con títulos y grados es capaz de dar ‘cátedra’ de cómo hacer un trabajo o ejercer una profesión para la cual no se ha estudiado, o pensar que alguien sin título no merece respeto como ser humano, por ejemplo. Del silencio… Ufff… Siempre he pensado que este país se comporta como una familia disfuncional donde el silencio destruye las relaciones y avala prácticas abusivas del ejercicio del poder. Por suerte está saliendo literatura que habla de estos aspectos victimizantes.

Minimizar las molestias de género, hacer la ‘vista gorda’ o justificar el abuso a través de la vulgaridad de un meme o video, es algo que implica cuestionarnos sobre cómo se comportan las instituciones y autoridades que tienen tan arraigados los ‘clubes de Tobi’ en nuestro país. Según John Austin (1994)[7], en su Teoría de los Infortunios, los discursos mal empleados podrían constituir la incorrecta aplicación de las reglas de uso del lenguaje en la comunicación. Así, las palabras se transforman en una herramienta de abuso que muchas veces llevan expresiones huecas y perversas y sólo el ánimo de imponer, a través de la violencia, una determinada realidad o voluntad, es decir, el ejercicio de una ‘violencia ontológica’, algo que es difícil de hacer visible, pues finalmente “el único que no percibe el agua ni recapacita sobre ella, porque vive inmerso en ese elemento, es el pez, …” (Sinay, 2006: 15). Entonces necesitamos con urgencia salir de los clubes de Tobi, denunciarlos y visibilizarlos a la opinión pública para contrarrestar otras crisis institucionales en Chile.

 

[1] Giddens, Anthony (2011). La constitución de la sociedad: Bases para la teoría de la estructuración. Amorrortu Editores. Buenos Aires.

[2] Sinay, Sergio. (2006). La Masculinidad Tóxica. Ediciones B. Argentina. S. A.

[3] Yo la pedí para leerla y preparar esta columna.

[4] Searle, J. (1994). Actos de habla. Madrid: Cátedra.

[5] Bourdieu, Pierre (1977). Outline of a Theory of Practice. Cambridge University Press.

[6] Foucault, Michelle (1975). Vigilar y Castigar. El nacimiento de la prisión. México: S. XXI, 2005.

[7] Austin, John. (1996). ¿Cómo hacer cosas con palabras?. Madrid: Paidós.