Una auténtica ola de indignación ocasionó en Antofagasta un reportaje de la glamorosa Revista Paula, donde se retrata la repetida caricatura idílica de una ciudad cuyos habitantes “no hayan en qué gastar la plata”.

Se trata de un discurso que se repite con frecuencia en los medios de comunicación y que retrata muy bien la visión que tiene sobre “la perla del norte” cierta elite político-económica de Santiago, tan acostumbrada a juzgar a las ciudades en base a sus atractivos turísticos y organizar las prioridades del país en base a cifras económicas, mientras desconocen el valor de un kilo de pan o el pasaje del transporte público.

La cruda realidad es que Antofagasta está muy lejos de ser la Dubai que proyectan entusiastas algunos medios, políticos y empresarios.

Por el contrario, Antofagasta es el epicentro mismo del terremoto social que implican las consecuencias del modelo económico impuesto al país por un grupo de economistas de Chicago en la década de los 80. En un país altamente desigual como Chile, Antofagasta es la ciudad donde los ricos son aún más ricos mientras el resto de la población debe lidiar con los precios más altos del país.

Antofagasta es por tanto, la capital de la desigualdad. Es el lugar donde se puede inmortalizar en una sola fotografía a empresas, fundamentalmente extranjeras, amasando fortunas millonarias extrayendo recursos naturales que bien podrían financiar salud y educación gratuita para todo el país, mientras a muy pocos kilómetros hay niños que viven rodeados de basura y no poseen recursos siquiera para asistir a clases.

Algunas cifras entregadas este miércoles por Fundación Techo en el marco de la Primera Encuesta Nacional de Campamentos, pueden ser clarificadoras para revelar las condiciones reales en las que algunas personas viven actualmente en Antofagasta. Un modo de vida que por supuesto, no alcanza para ser portada en revistas.

En los campamentos de la capital regional, por ejemplo, un 79,4% de las viviendas no tienen agua potable. Un 91,2% de ellas además no tiene acceso formal al sistema eléctrico.

Hay hogares precarios en las faldas de los cerros, a muy pocos kilómetros del lujoso casino y los hoteles que reciben a los hombres más poderosos del país. Allí, campamentos donde un 93,7% de las “viviendas” no tiene alcantarillado, están conformados por hogares donde solo el 1% tuvo acceso a la universidad y un 15,5% de los adultos ni siquiera ha terminado la enseñanza básica.

Pero no solo los campamentos son ejemplo de la desigual Antofagasta. La diferencia se palpa incluso a nivel urbanístico o en el ámbito de la salud, donde literalmente hay dos clases de ciudadanos. Los que tienen recursos para pagar traslados a clínicas de Santiago o el extranjero y los que deben esperar que la fila no sea muy larga en el hospital o el consultorio.

Allá, muy cerca de los flashes y las historias de ricos y famosos de las páginas sociales, yacen los sin techo, los sin dientes, los sin hora para el médico, los eternos endeudados, los nadie. Entre palos amarrados con alambre y notificaciones de embargo, aún de noche se levantan a trabajar los verdaderos constructores de la “ciudad de la buena vida”.

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