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Viernes 19 de Abril del 2024 18:02

“Amistad”

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Sergio Sánchez Bustos
Sergio Sánchez Bustos
Médico, experto en políticas de drogas.

La columna de esta semana está infectada por la cumbre de países europeos y americanos que está ocurriendo desde hace 4 días en Santiago. Países amigos. Me hace recordar la cita de Jacques Derrida acerca de la amistad: “Oh amigos míos, no hay ningún amigo”. Cita tomada de Cicerón, el poeta romano, de su tratado acerca de la amistad: de amicitia. La divagación personal transcurre sobre la relación del país con los países hermanos. Moneda común, tránsito libre para las personas, sistemas de salud integrados, políticas educacionales comunes. Después de todo nos une una lengua y una historia común- pienso. Mientras, el vicepresidente de Venezuela, Maduro, predica acerca del sueño bolivariano de establecer una gran nación americana, Evo reclama incumplimiento del tratado de 1904 por parte de Chile, Piñera discrepa “en cada uno de los puntos” señalados por Evo y Ollanta nos posiciona en el mundo de las capacitaciones al recurso humano.

Países amigos supone una cualidad humana a las relaciones internacionales. Sin embargo, se trata de un conjunto de situaciones históricas pegadas a través de relatos y mitos, en mayor o menor medida materialmente verificables, en los que situación histórica original explica mucho más la actualidad que el relato mismo. No hay que olvidar que la historia escrita y oral es la historia de los ganadores. Una tal amistad, por tanto, solo se puede inscribir en la historia escrita de los acuerdos simbólicos que pasan a la historia, quizá perdurando, quizá impulsando una integración latinoamericana genuina. Quizá siendo usado como propaganda, una linda declaración de intenciones. Lo peor sería que fuese letra muerta.

Pero, ¿A qué clase de amistad es la que refiere Cicerón en la cita de Derrida? Una ejemplar. La que se nos enseña desde pequeños: amigo por interés, amigo tuyo no es. Pautas que intentan modelar la amistad, con la sabiduría de los antiguos en la tinta gastada. La perfecta amistad tiene, sin embargo, el peligro de la perfección misma: la inexistencia. Y es que Cicerón buscaba moralizar, moldear y normalizar a las gentes de la antigua Roma.

Por eso,  crítica de Derrida es brutal. En la boca de Aristóteles resuena la parábola-palabra: Oh amigos mío, no hay ningún amigo. Y es que Aristóteles está clamando por una amistad que no existe entre los vivientes. Inaugura la posibilidad de tener amigos muertos, muertos que han sido tus amigos antes de que tu nacieras. Y la amistad se transforma en cadena de influencias que unen diversos intereses comunes, que hacen nacer círculos y grupos de interés, influencia y poder. ¿No hay ningún amigo? Sí los hay. Hay quienes encarnan la compañía y el goce que implica la amistad.

Y entre medio de tales predicamentos, nos vamos, sin duda, haciendo de amigos, seres con los cuales nos regocijamos, acompañando el devenir de la existencia, aprendiendo a querer. Eso ocurre a escala humana. La amistad puede encarnarse en ti, querido lector, nos quiere decir el francés, no como se encarna en un grupo de amigos presenciales, sino en una forma mistérica. De una forma tal, que la lectura de textos escritos por otro, te emparentan y te hacen querer seguir leyendo.

Y comienzo a escuchar la canción de Illapu, amigo de la tristeza soy. Como un canto popular, y por eso, sin compromisos, suena a realidad. Una amistad por la melancolía, misma que se adivina en las letras y ritmos de mis amigos bluseros.

Pienso en los virtuales amigos del Facebook. Algunos de ellos, en carne y hueso. Otros muertos, literalmente, con la página testigo de los posteos que alguna vez  (aburrido, enojado, contento) entregó. Otros amigos testimoniales, a la Derrida, amigos por la escritura.  Y los amigos ahí inscritos bajo ese botón virtual, incluyen a algunos que son experiencia, amistades fogueadas por la calle y las aventuras del ímpetu vital colateral al existir. Amigo de la vida, querido y amigo lector. De la corta vida.

El texto se llama Políticas de la Amistad. El autor es Jacques Derrida, Trotta la editorial y 1998 el año. SI eres intrépido, podrás encontrar el primer capítulo en una página de INTERNET.


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